El Cambio de Angelito
Había una vez un niño llamado Angelito, que vivía en un hermoso barrio. Sin embargo, Angelito era un niño malcriado y grosero. Siempre gritaba, lanzaba juguetes y nunca ayudaba en casa.
Un día, mientras estaba afuera jugando con sus amigos, Angelito decidió que era el momento de presumir.
"Miren lo que tengo, una pelota nueva. ¡Es la mejor del barrio!" - gritó, mostrando su regalo.
Sus amigos lo miraron con fastidio.
"Angelito, no hay necesidad de ser tan alaraco. Todos tenemos cosas que nos gustan" - le respondió Julia, su amiga.
Angelito, en lugar de tomar el comentario como una crítica constructiva, decidió ser aún más grosero.
"¡Ustedes son unos pobres! Ni siquiera tienen una pelota como esta" - les dijo, lanzando la pelota al aire con desdén.
Un día, mientras Angelito andaba por el parque, encontró a un anciano sentado en una banca. Esto no era un anciano cualquiera; era Don Ramón, un sabio del barrio que conocía la vida en profundidad. Angelito lo ignoró y siguió su camino gritando.
"¡Fuera de mi camino!" - le dijo sin pensar.
Pero Don Ramón lo miró fijamente.
"Niño, ¿sabes que la amabilidad puede cambiar el mundo?" - le preguntó el anciano.
Angelito se detuvo, confundido.
"¿Qué sabés vos de mi mundo?" - respondió, pero algo en la mirada de Don Ramón lo hizo dudar.
Pasaron los días y, mientras jugaba al fútbol con su pelota nueva, algo inesperado ocurrió. Angelito perdió la pelota en un arbusto espinoso y, frustrado, empezó a maldecir.
"¡No puede ser que me pase esto a mí!" - gritó golpeando el suelo con los pies.
Al escuchar su propio grito, sintió un profundo vacío en su interior, como si algo estuviera quebrado. Recordó las palabras de Don Ramón, y decidió que era hora de cambiar.
Al día siguiente, Angelito se levantó con una nueva determinación.
"Hoy va a ser diferente. No más quejas" - se dijo.
Caminó hacia el parque y vio a sus amigos. En lugar de presumir, se acercó a ellos.
"Hola, chicos. ¿Quieren jugar juntos?" - dijo amablemente.
Sus amigos, sorprendidos por el cambio, se miraron entre sí y decidieron darle una oportunidad.
"Claro, Angelito. ¡Vamos al fútbol!" - respondió Pedro, un amigo de la escuela.
Durante el juego, Angelito ayudó a los demás, pasándole la pelota y animándolos. Incluso cuando cometió un error, en lugar de enojarse, sonrió y se rió.
"Es solo un juego, ¡la pasamos bien!" - exclamó mientras ayudaba a un compañero a levantarse.
Al volver a casa, Angelito sintió la calidez en su corazón. Su mamá lo sorprendió con la cena.
"¡Se siente el aire fresco hoy, mamita!" - dijo con sinceridad.
Su mamá, sorprendida por la actitud de su hijo, sonrió ampliamente.
"¡Qué felicidad, Angelito! Me encanta verte así."
Los días pasaron y Angelito continuó siendo amable y respetuoso. Comenzó a aprender de los otros, y a su vez, todos lo admiraban por su transformación. Un día, se animó a ayudar a Don Ramón en el parque, recogiendo hojas y conversando con él.
"Te felicito, Angelito. A veces el cambio empieza de a poquito" - le dijo el anciano con una sonrisa.
Y así, Angelito se fue transformando en un verdadero amigo zorro de su comunidad.
La historia de Angelito se esparció por todo el barrio, convirtiéndose en un ejemplo de cómo la amabilidad y el respeto pueden cambiar a una persona y su entorno.
Al final, todos vivieron en armonía, y Angelito siempre recordaría las lecciones aprendidas.
Desde entonces, se lo conoció como el niño que entendió lo importante que era ser amable. Y cuando jugaba al fútbol, su sonrisa iluminaba el campo como nunca antes.
Y así, Angelito encontró su verdadero lugar, y todos fueron un poco más felices gracias a su cambio.
FIN.