El Cambio de Flor



En el pintoresco barrio de Villa Esperanza, vivía una niña llamada Flor. Tenía 8 años, un cabello castaño que brillaba al sol y unos ojos también castaños llenos de curiosidad. Sus mejillas siempre estaban sonrojadas, como si llevara las flores del jardín en su rostro. A pesar de ser muy inteligente y tener un gran corazón, había algo que la hacía un poquito diferente: no lograba controlar sus emociones.

Un día, en el recreo del colegio, Flor estaba jugando con sus amigos en el patio. La diversión estaba en pleno apogeo cuando, de repente, su amigo Lucas se cayó mientras trataba de hacer un truco en la soga.

"¡Qué torpe!", se burló Flor, riendo sin pensarlo.

"No seas mala, Flor. Lucas sólo estaba jugando", le reclamó Ana, su mejor amiga.

"Pero es que... fue gracioso", respondió Flor, aunque un pequeño remordimiento comenzó a asomarse en su corazón.

Un par de días después, Flor se dio cuenta de que Lucas y Ana no estaban jugando con ella como antes. En el recreo, a veces se sentaba sola en un rincón, pensando en cómo había tratado a sus amigos y la tristeza comenzó a invadirla.

Una tarde, mientras miraba un libro en la biblioteca, encontró una historia sobre un simpático dragón que aprendía a controlar su fuego.

Le dio una idea. “Si ese dragón pudo aprender a controlar su fuego, ¿por qué yo no puedo aprender a controlar mis emociones? ”, pensó.

Con esa idea en mente, Flor decidió hacer algo diferente. En vez de dejarse llevar por sus emociones, iba a contar hasta diez antes de responder o actuar.

El próximo día, se encontró de nuevo con Lucas en el patio.

"¡Mirá, voy a hacer un salto mortal!", dijo Lucas, entusiasmado.

"No lo hagas, no quieras terminar como la última vez", empezó a decir Flor, pero recordó contar hasta diez.

"Está bien, hacelo con cuidado, por favor", añadió, manteniendo una sonrisa.

Lucas sonrió al escucharla. Pronto, otros amigos se unieron a ellos.

"¿Querés que saltamos todos juntos?", preguntó Ana.

"Sí, hagamos una carrera!", sugirió Flor, emocionada de que todos estuvieran de vuelta juntos.

Con cada nueva interacción, Flor se dio cuenta de que contar hasta diez ayudaba a que la diversión fuera mucho mejor. Si alguien se caía, en lugar de reírse, preguntaba si necesitaban ayuda, y si alguien cometía un error, Flor lo alentaba en vez de burlarse.

Un día, mientras jugaban a las escondidas, su amigo Nicolás se quedó atrapado en un arbusto.

"¡Ayuda!", gritó Nicolás, preocupado.

"Esperá, voy a ayudarte", dijo Flor, corriendo hacia él.

En vez de burlarse, ayudó a Nicolás a salir con cuidado. Cuando lo consiguió, todos aplaudieron.

"¡Gracias, Flor! Sos la mejor!", exclamó Nicolás sonriendo.

Flor sintió que su corazón se llenaba de alegría.

Desde entonces, la vida de Flor cambió completamente.

Los días pasaron, y Flor se convirtió en el alma de los juegos y las risas. Cualquier tarde, podía encontrarse rodeada de amigos, contando anécdotas o buscando aventuras. Aprendió lo valioso que es cuidar los sentimientos de los demás, y cómo la empatía puede hacer que una simple tarde se convierta en un día inolvidable.

Una vez, en una charla de clase, la maestra preguntó:

"¿Cuál es una cualidad que les gustaría cambiar en ustedes mismos?"

"Yo quiero aprender a ser más amable", respondió Flor, con una gran sonrisa.

"¡Eso ya lo lograste!", dijo una compañera.

Y así, con amor y un poquito de esfuerzo, Flor no solo logró mejorar sus amistades, sino también se convirtió en una espera gran parte de la alegría de todos. El dragón del cuento sin duda había inspirado no solo a ella, sino a sus amigos también.

Desde entonces, Villa Esperanza se llenó de risas, alegría y un sinfín de aventuras. Flor había aprendido a pensar antes de actuar, y con eso, su mundo fue mucho más hermoso, lleno de comprensiones y amistades genuinas.

FIN.

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