El Cambio de Luciano
Había una vez un niño llamado Luciano, un chico normal como muchos, pero muy travieso. Desde pequeño, Luciano había desarrollado una habilidad especial para hacer bromas, aunque no siempre pensaba en las consecuencias de sus acciones. Su pasatiempo favorito era hacer bromas que, aunque parecían divertidas, a menudo terminaban causando problemas a sus amigos y familiares.
Una mañana, Luciano decidió que era el día perfecto para hacer una de sus famosas bromas. Mirando por la ventana de su casa, vio a su amiga Sofía paseando con su perro, y eso le dio una genial idea.
"¡Voy a esconder la pelota de fútbol de Sofía y cuando la busque, le diré que la robó un duende!" - pensó Luciano, riéndose por dentro.
Sin embargo, cuando Luciano llevó a cabo su travesura, no se percató de que Sofía había estado esperando toda la semana para jugar con su perro y la pelota. Al ver la tristeza en el rostro de su amiga al no encontrar la pelota, Luciano sintió un pequeño nudo en su barriga.
Pero se olvidó rápido y siguió haciendo bromas. Un día, mientras todos jugaban en el parque, Luciano puso un chicle pegajoso en la silla del banco donde se sentaba su mejor amigo, Juan. Cuando Juan se levantó, se dio cuenta de que su pantalón se había quedado pegado allí.
"¡Luciano! ¡Dejá de hacer esas cosas!" - gritó Juan, mientras los demás se reían.
Luciano se rió al principio, pero luego vio que Juan no se lo tomaba tan bien. Al final, tuvo que ayudarlo a despegarse de la silla, lo que hizo que su risa se convirtiera en vergüenza.
Un día, la maestra del colegio, la señorita Rosa, decidió organizar un concurso de talentos. Todos los niños estaban emocionados y empezaron a practicar diversas habilidades, desde cantar hasta hacer magia. Luciano, en lugar de poner su esfuerzo en algo positivo como los demás, pensó que sería más divertido hacer bromas durante las presentaciones.
El día del concurso, Luciano decidió reemplazar todas las sillas del escenario por pelotas de goma. Cuando los chicos fueron a sentarse, ¡salieron rebotando por todo el lugar! El auditorio se llenó de risas, pero pronto, su diversión se transformó en caos. Algunos niños cayeron y se lastimaron, y la maestra tuvo que salir a calmar la situación.
"Luciano, esto no es un juego. Lo que hiciste no es divertido, fue peligroso" - le dijo la señorita Rosa con un tono serio.
Esa noche, a Luciano le costó dormir. Se dio cuenta de que sus bromas no solo estaban molestando a los demás, sino que también arruinaban las cosas que a sus amigos les gustaba hacer. Mientras miraba al techo, pensó en lo que podría estar sintiendo Juan cuando se quedó pegado al banco o Sofía cuando perdió su pelota. Eso lo hizo sentir un poco triste.
Al día siguiente, decidió que era momento de hacer un cambio. Se levantó temprano y fue a buscar a Sofía y Juan.
"Sofía, lamento haber escondido tu pelota. La encontré. Es hora de que juguemos juntos, prometo que no haré más bromas malas" - dijo, con sinceridad.
"¿De verdad?" - contestó Sofía, sonriendo. "¡Eso sería genial!"
Luego, fue a buscar a Juan.
"Juan, lamento lo de la silla. Quiero ayudarte a practicar tu talento para el concurso, ¿te parece si lo hacemos juntos?" - le propuso Luciano.
El día del concurso, Luciano decidió hacer algo especial. En vez de bromas, preparó una actuación de mago donde hizo aparecer una gran cantidad de globos para todos sus amigos. Todos quedaron encantados, y sus amigos lo apoyaron aplaudiendo.
"¡Luciano, sos el mejor!" - le gritó Juan.
"¡Me encantó!" - agregó Sofía, con una gran sonrisa.
A partir de ese día, Luciano entendió que la verdadera diversión era hacer reír a otros con cosas que no lastimaran a nadie. Sus travesuras se transformaron en actos de amistad y creatividad, y aunque seguía siendo travieso, sus bromas eran siempre pensadas con cariño y alegría. Luciano se convirtió en un gran amigo y, con el tiempo, un niño muy querido en su barrio.
Y así, Luciano aprendió que la risa compartida siempre es más hermosa que la risa a costa de otros.
FIN.