El Cambio de Sofía



Había una vez en un pequeño pueblo una niña llamada Sofía, que vivía con su mamá, su papá y su hermano Juan. Sofía era muy activa y le encantaba jugar, pero había un pequeño problema: trataba mal a su familia. Gritaba cuando no le daban lo que quería, y muchas veces no les daba el respeto que merecían.

Una tarde, mientras Sofía estaba en su habitación, escuchó a su hermano Juan y su mamá hablando en la cocina. De repente, se asomó y vio a Juan ayudando a mamá a preparar la cena.

"Juan, ¿por qué no me dejás jugar a mí?" - gritó Sofía, mientras cruzaba los brazos.

"Sofía, estoy ayudando a mamá. No todo gira en torno a vos" - le respondió Juan con calma.

Sofía frunció el ceño y sin pensarlo, le gritó "¡Siempre te la pasás ayudando! ¡Nunca tenés tiempo para mí!" - y salió dando un portazo.

Mamá, molesta por la situación, le dijo "Sofía, necesitamos que nos ayudes también. Todos tenemos que colaborar en casa".

Pero Sofía no lo entendía. Esa noche, mientras se preparaba para dormir, pensó en todo lo que había sucedido. En su cabeza, los gritos y los portazos eran sólo una forma de expresar su frustración, pero jamás se había puesto a pensar en cómo se sentían su mamá y su hermano.

Al día siguiente, Sofía se encontró con una señora mayor en el parque mientras jugaba. La señora estaba sentada en un banco, observando a todos los niños jugar.

"Hola, señorita, ¿por qué estás tan triste?" - le preguntó la señora.

Sofía, sin darse cuenta, empezó a contarle sobre su familia, cómo siempre quería ser el centro de atención, y cómo a veces gritaba en lugar de hablar.

La señora sonrió y le dijo "Sabés, querida, la comunicación es como un juego de pelota. Si sólo gritas, la pelota nunca volverá a ti. Tenés que pasarla con cariño y respeto para que los demás también te escuchen".

Sofía se quedó pensando en eso. Esa noche, decidió que quería cambiar. No quería más gritos ni portazos, sino un hogar lleno de risas y alegrías.

Al día siguiente, en la mesa del desayuno, Sofía decidió que era momento de hacer lo correcto. Cuando su papá le preguntó si quería ayudar a poner la mesa, Sofía sonrió y dijo:

"¡Sí, papá! Me encantaría ayudar. ¿Puedo yo poner los platos?"

Mamá se sorprendió, pero contenta respondió "¡Claro, Sofía! ¡Gracias por ofrecerte!"

A lo largo de la semana, Sofía se esforzó por ser amable y respetuosa. Cada vez que sentía la tentación de gritar, se detenía y pensaba en lo que había aprendido de la señora mayor en el parque. Pronto, su familia vio la transformación y empezaron a sentir más alegría en el hogar.

Una tarde, mientras estaban juntos en el sofá viendo una película, Sofía decidió que era el momento de agradecer a su familia. Con una gran sonrisa, les dijo:

"Quiero pedirles disculpas por cómo les traté antes. No debí gritarles y ser desconsiderada. Estoy aprendiendo a ser mejor y quiero que siempre estemos felices juntos. ¿Me perdonan?"

Su mamá la abrazó y le dijo:

"Claro, Sofía. Sabemos que todos estamos aprendiendo cada día. Lo importante es que ahora lo reconocés y querés cambiar".

Juan también se acercó y le dijo:

"Yo siempre estaré por vos, Sofía. Me alegra que estés aprendiendo a ser mejor hermana".

Desde ese día, Sofía no sólo se convirtió en una gran hermana, sino que también ayudó a sus padres en todas las actividades familiares. Aprendió a expresar sus emociones de una forma diferente, y cada vez que tenía un problema, intentaba resolverlo hablando en lugar de gritando.

Todos en casa se sentían más felices, y Sofía entendió que a veces, el respeto y el cariño que le brindaba a su familia volvían a ella multiplicados. Desde entonces, Sofía nunca dejó de pasar la pelota.

FIN.

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