El cambio que nos unió



Había una vez una familia compuesta por papá Juan, mamá Laura y sus dos hijos, Sofía y Tomás.

Vivían en la bulliciosa ciudad de Buenos Aires, donde Juan trabajaba como contador en una oficina y Laura era abogada en un importante bufete. Los niños iban a la escuela en medio del tráfico y los altos edificios. Un día, Juan y Laura decidieron que querían cambiar de vida.

Estaban cansados del ruido constante y del aire contaminado de la ciudad. Así que tomaron una decisión valiente: ¡se mudarían a una zona rural! La familia encontró una hermosa casa en un pequeño pueblo rodeado de campos verdes y animales.

Cuando llegaron allí con todas sus pertenencias, los niños estaban emocionados por explorar su nuevo hogar. "¡Mira Sofi, hay vacas justo al lado de nuestra casa!" -exclamó Tomás emocionado. "¡Sí! Y también hay caballos y ovejas", respondió Sofía con una sonrisa.

Juan consiguió trabajo en la única cooperativa agrícola del pueblo, ayudando a llevar las cuentas y organizar los documentos. Era muy distinto a su trabajo en la oficina, pero se sentía feliz de estar más cerca de la naturaleza.

Por otro lado, Laura decidió empezar su propio estudio jurídico para atender las necesidades legales de los habitantes del pueblo.

Al principio le costó adaptarse a las leyes locales y al ritmo más tranquilo de trabajo, pero poco a poco fue ganándose la confianza de la comunidad. Los niños comenzaron a ir a la escuela rural del pueblo, donde hicieron nuevos amigos y aprendieron sobre cultivos, animales y el ciclo de las estaciones.

Les encantaba jugar al aire libre sin preocuparse por el tráfico ni el smog. Un día, mientras paseaban por el campo detrás de su casa, encontraron un viejo granero abandonado. Se les ocurrió una idea maravillosa: convertirlo en un refugio para animales heridos.

Con ayuda de sus padres y algunos vecinos voluntarios, arreglaron el granero y lo llenaron con pajaritos enfermos, conejos rescatados e incluso un zorrino bebé al que llamaron Floppy.

La noticia sobre el refugio se extendió rápidamente por todo el pueblo y pronto recibieron donaciones tanto económicas como en especie para ayudar a mantenerlo funcionando. Con el tiempo, aquellos citadinos valientes se convirtieron en parte integral de su nueva comunidad rural.

Aprendieron a apreciar las pequeñas cosas: los amaneceres pintorescos, las noches estrelladas sin contaminación lumínica y la calidez de sus vecinos solidarios.

Y así fue cómo esta familia descubrió que a veces es necesario alejarse un poco del bullicio para encontrar lo que realmente importa: amor incondicional hacia otros seres vivos y hacia uno mismo.

FIN.

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