El Camino de Camila
Era una mañana brillante en el barrio de La Esperanza, donde vivía Camila, una niña de 7 años que había aprendido a enfrentar la vida con una sonrisa. Desde muy pequeña, Camila había tenido que usar muletas debido a que un accidente ocurrido cuando era más pequeña afectó su caminata. Sin embargo, eso nunca le impidió disfrutar de la vida y explorar el mundo que la rodeaba.
Camila asistía a la escuela del barrio, donde todos la querían mucho porque siempre tenía una palabra amable para compartir. Un día, la maestra Ana anunció que iba a organizar una carrera de obstáculos en el patio de la escuela. Todos los chicos estaban muy emocionados excepto Camila, quien se sentía un poco intimidada por la idea de competir en algo que podría ser difícil para ella.
En la clase, mientras los demás hablaban de lo divertido que sería correr, Camila pensó en su propia limitación y se sintió un poco triste.
"No creo que pueda hacerlo", murmuró Camila, mirando por la ventana.
Su amigo Lucas, que siempre fue protector con ella, se acercó.
"¿Por qué no? Siempre haces cosas increíbles, Camila. Solo necesitas planear un poco como lo hacemos en el patio cuando jugamos a los exploradores".
Camila sonrió, recordando los juegos que habían inventado. Pero la idea de una carrera la seguía asustando. Esa tarde, después de la escuela, decidió contarle a su mamá.
"Mamá, hay una carrera y no quiero ser la única que no puede participar".
"Oh, mi amor, recuerda que las carreras no se tratan solo de quién llega primero. Se trata de participar y divertirse, de dar lo mejor de uno mismo. ¿Qué tal si practicamos juntas?".
A partir de ese día, Camila y su mamá comenzaron a practicar. Usaban conos, sillas y hasta almohadas como obstáculos en la casa para que Camila pudiera acostumbrarse a saltar, avanzar y disfrutar del momento. Después de varias sesiones de práctica, Camila fue ganando confianza y se sintió lista para enfrentar la carrera.
El día de la competencia llegó. El patio de la escuela estaba lleno de risas y gritos de entusiasmo.
"¡Ahora todos a sus lugares!", anunció la maestra Ana, mientras contaba los puntos de cada uno.
Los niños se alinearon en la línea de partida, y Camila, con su muleta bien posicionada, sonreía sin parar. Cuando el silbato sonó, todos comenzaron a correr. Camila se movía con determinación, siempre mar adentro, buscando el mejor camino a través de los obstáculos.
Cada vez que llegaba a un obstáculo, pensaba en lo que había practicado y lo superaba lo mejor que podía. Mientras corría, se dio cuenta de que su tranquilidad y esfuerzo estaban inspirando a otros. Vio a Lucas alentándola desde un costado.
"¡Vamos, Camila! ¡Podés!" gritaba él, mientras corría para alcanzarla.
Camila llegó a la meta entre aplausos y vítores, y aunque no ganó el primer lugar, su sonrisa era la más grande del patio. La maestra Ana la recibió con un abrazo.
"Camila, fuiste increíble. Estoy tan orgullosa de vos. No se trata de ser la mejor, sino de haberlo intentado".
Camila respiró profundo y dijo: "¡Lo logré!".
Esa jornada se convirtió en una anécdota que contar, no solo por la carrera sino por todo lo que había aprendido sobre el esfuerzo, la perseverancia y la amistad. La escuela se llenó de risas y ya todos estaban emocionados por la próxima aventura.
Camila entendió que, aunque era diferente, eso no le impedía brillar e inspirar a otros a nunca rendirse. Y así, ella siguió dejando huellas con sus muletas, convirtiendo cada paso en un nuevo desafío superado, una aventura en la que todos podían participar y sentirse parte de algo especial.
FIN.