El camino de las estrellas



Era una noche especial en el pueblo de Brillavista. Las estrellas brillaban más que nunca y todos los chicos del barrio estaban entusiasmados por participar en la mágica noche de la exploración estelar que organizaba el señor Cosmos, un anciano astrónomo que vivía en la cima de la colina. El verano había traído consigo el misterio del cielo, y ese día, cada niño llevaría su propia linterna.

Entre los niños estaba Lila, una pequeña soñadora con una gran curiosidad por el universo, aunque también un fuerte temor a la oscuridad. Ella siempre miraba al cielo deseando tocar una estrella, pero se paralizaba al pensar en los ruidos de la noche.

- Papá, ¿y si me pierdo en la oscuridad? - preguntó Lila preocupada.

- Lo importante es que nunca estés sola, mi amor. Siempre hay alguien que brillará en la oscuridad, como las estrellas. - respondió su papá con una sonrisa.

Esa noche, Lila se armó de valor y, con su linterna en mano, siguió a sus amigos hacia la colina. Al llegar, el asunto se tornó más emocionante: el señor Cosmos había preparado un telescopio gigante y una actividad sorpresa.

- ¡Niños! Esta noche, vamos a descubrir los secretos de las estrellas. ¿Están listos? - exclamó el señor Cosmos.

- ¡Sí! - respondieron todos al unísono, menos Lila, que aún estaba dudando.

Mientras sus amigos empezaban a observar los astros, Lila se sentó al borde, un poco insegura.

- ¿Por qué no mirás a través del telescopio, Lila? - le preguntó su amigo Tomás.

- Y… no sé, tengo miedo. - dijo Lila, bajando la mirada.

- ¡Bah! No hay nada que temer! Las estrellas son como nosotros, brillan en la oscuridad - lo animó Tomás.

Lila se armó de valor y se acercó. Cuando puso su ojo en el telescopio, quedó maravillada. Podía ver los anillos de Saturno y los cráteres de la Luna.

- ¡Wow! - exclamó, olvidando su miedo por un instante.

- ¿Viste? ¡Es increíble! - dijo Tomás emocionado.

De pronto, un viento fuerte comenzó a soplar, y unas nubes oscuras cubrieron el cielo. Todos comenzaron a murmurar preocupados.

- ¡No se asusten! - dijo el señor Cosmos, intentando calmar a los niños. - A veces, el cielo se oscurece, pero las estrellas siempre estarán ahí, solo esperan a ser vistas.

Mientras otros niños se inquietaban, Lila se acordó de las palabras de su papá. Recordó que la oscuridad también podía traer maravillas, así que decidió hacer algo.

- ¡Chicos! - gritó Lila con todas sus fuerzas. - ¿Quieren que hagamos un juego? Vamos a inventar un cuento de estrellas para no tener miedo.

Los niños, intrigados, se callaron y la miraron.

- De acuerdo, pero vos empezás, Lila - le dijeron.

- Bueno… había una estrella que siempre brillaba. Se llamaba Luminia. - comenzó Lila, y mientras hablaba, todos la escuchaban atentamente.

- Luminia bajó a la Tierra y se hizo amiga de un grupo de niños que la llevaban en sus aventuras... - continuó.

Poco a poco, los niños olvidaron el miedo y se unieron al juego, y así cada uno añadía un nuevo capítulo a la historia. Riendo y aplaudiendo, la negrura de la noche dejó de ser aterradora. En medio de toda la imaginación, las nubes comenzaron a despejarse, y las estrellas volvieron a brillar.

Al final de la historia, todos aplaudieron y se sintieron tan contentos.

- ¡Lila! ¡Eres una gran narradora! - le dijo Tomás.

- ¡Sí! Nos hiciste olvidar el miedo. - agregó otra niña.

Ante aquel reconocimiento, Lila sonrió, sintiendo que había superado su temor. El señor Cosmos miró a los niños y sonrió.

- ¿Ven? Cuando compartimos nuestras luces, podemos iluminar incluso la noche más oscura. - dijo mientras señalaba el cielo.

Mientras regresaban a casa, Lila comprendió que, aunque la oscuridad puede parecer aterradora, no está sola en la noche, siempre hay estrellas que brillan a su alrededor, y que con un poco de imaginación pueden convertir el miedo en aventuras maravillosas.

Esa noche, Lila se durmió con una gran sonrisa, sabiendo que donde hay luz, también hay amistad y valentía.

FIN.

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