El Camino de las Galletitas



En un pequeño y frondoso bosque, vivían dos hermanitos llamados Hansel y Grettel. Un día, mientras paseaban por el bosque, decidieron hacer una búsqueda especial: encontrar el camino a la casita de galletitas que había escuchado Grettel en cuentos contados por su abuela.

-Hansel, ¿crees que realmente existe la casita de galletitas? -preguntó Grettel entusiasmada.

-Claro que sí, hermana. Solo tenemos que seguir el rastro de miguitas de pan y estaremos allí -respondió Hansel, recordando el secreto que había aprendido de su papá.

Los hermanitos comenzaron su aventura, dejando caer miguitas de pan detrás de ellos para poder encontrar el camino de regreso. A medida que caminaban, la luz del sol se filtraba a través de los árboles, iluminando el camino y haciendo que todo pareciera mágico.

Después de un tiempo, encontraron un claro en el bosque y allí, para su sorpresa, había una casita realmente hecha de galletitas, dulces y chocolate. Sus ojos brillaron de emoción.

-Miralo, Hansel, ¡huele delicioso! -exclamó Grettel, y sin pensarlo dos veces, corrió hacia la casita.

Pero antes de que pudieran probar siquiera un bocado, apareció una anciana, de aspecto amable, con una gran sonrisa.

-Bienvenidos, mis queridos. Estoy muy feliz de verlos aquí, pero antes de que disfruten de mi casa de dulces, deben ayudarme con algo -dijo la anciana, mientras acariciaba un gato negro que estaba a su lado.

Hansel y Grettel intercambiaron miradas confusas.

-¿Ayudarte? ¿En qué podemos ayudar? -preguntó Hansel, curioso.

-Por favor, necesito que recojan algunas frutas de mi jardín. Así podré hacer mis famosas mermeladas -respondió la anciana.

Los niños, queriendo ser amables, aceptaron ayudarla. Al principio, fue divertido, pero a medida que pasaba el tiempo, comenzaron a notar que el jardín de la anciana era enorme, y que no era tan fácil como parecía.

-Estoy cansada, Hansel. ¿Cuánto más falta? -se quejó Grettel, limpiándose el sudor de la frente.

-No lo sé, pero la anciana parece amable. Tal vez si trabajamos un poco más, podremos probar alguna galletita -dijo Hansel, decidido a no desanimarse.

Finalmente, después de recolectar suficientes frutas, regresaron a la casa de galletitas.

-¡Gran trabajo, niños! Ahora, por favor, pueden disfrutar de todo lo que deseen -dijo la anciana, sirviendo una bandeja llena de dulces.

Los Hermanitos estaban a punto de hincarle el diente a unas galletitas cuando una idea ocurrió a Hansel.

-Espera, Grettel. No deberíamos comer sin preguntarle si podemos llevarnos algunas para nuestra familia también -dijo.

-Sí, es una buena idea -respondió su hermana, asintiendo.

-¿Podemos llevarnos algunas galletitas para nuestros papás? -preguntó Hansel a la anciana.

La anciana sonrió con dulzura.

-Claro que sí, mis pequeños. Los dulces son mejores cuando se comparten -respondió.

Hansel y Grettel se sintieron felices y agradecidos. La anciana les dio una gran bolsa llena de galletitas y ellos, contentos, regresaron a casa. Siempre recordaron la importancia de ser amables y ayudar a los demás, y además aprendieron que compartir es mucho más gratificante que disfrutar juntos de algo solo. Desde entonces, cada vez que se encontraban con alguien en necesidad, recordaban aquel día y se afanaban por ayudar.

Con el tiempo, la familia de Hansel y Grettel se volvió más unida y alegre, gracias a las enseñanzas que habían aprendido en su aventura por el bosque. Y así, nunca olvidaron que el verdadero sabor de la amistad es dulce, pero el de la generosidad es aún más delicioso.

FIN.

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