El Camino de los Pequeños Samaritanos



Era un día soleado en un pequeño pueblo de Guatemala donde los niños se sentaban en el suelo de tierra en medio de risas y juegos a pesar de la falta de servicios básicos. Entre ellos estaba Mateo, un niño de ojos brillantes que siempre tenía una sonrisa. Mateo soñaba con un mundo mejor, donde todos tuvieran acceso a agua limpia y escuelas. "¿Y si pudiéramos hacer algo para ayudar a nuestro pueblo?" - les planteó a sus amigos. "¿Qué podríamos hacer?" - preguntó Luisa, su mejor amiga, mientras jugaba con una rama. "Podríamos reunirnos y contarle a los adultos lo que sentimos. ¡Tal vez ellos nos escuchen!" - respondió Mateo con entusiasmo.

Ese mismo día, el grupo de amigos decidió organizar una reunión y escribir cartas. Cada uno se encargó de hacer una lista de las cosas que necesitaban y de cómo podían ayudar. Utilizaron papel reciclado y pintaron dibujos que mostraban sus deseos: agua limpia, una escuela y un parque. "¡Miren!" - dijo Mateo sosteniendo su carta. "Aquí muestra cómo sería nuestro pueblo si todos tuviéramos acceso a lo que necesitamos." - La tarde pasó y los niños decidieron llevar sus cartas al centro del pueblo, donde todos los adultos se reunían.

Cuando llegaron, los adultos estaban sorprendidos por la valentía de los pequeños. "¿Qué desean, chicos?" - preguntó don Miguel, el alcalde. Con voz temblorosa, Mateo se adelantó. "Queremos que nuestros derechos sean escuchados. Todos necesitamos agua y un lugar para jugar. ¿Por qué no podemos tenerlo?" - La multitud miraba con atención mientras los niños, llenos de pasión, le entregaban sus cartas.

Sin embargo, no todo fue fácil. Algunos adultos se rieron de ellos. "Los niños no entienden de estas cosas, ¡dejen que los mayores se ocupen!" - dijo una mujer de cabello gris. Pero otros comenzaron a reflexionar.

Fue entonces cuando se escuchó la voz de Sofía, la maestra de la escuela. "Chicos, han hecho un trabajo valiente y deben ser escuchados. Tal vez podamos hacer algo juntos." - En ese momento, los corazones de los niños se llenaron de esperanza.

Durante las semanas siguientes, Mateo, Luisa y sus amigos comenzaron a trabajar en un plan para hablar con los responsables de la comunidad. Reunieron más apoyo y organizaron una pequeña charla en la plaza del pueblo. Adolescentes, adultos y pequeños se reunieron. "¡La voz de los niños es importante!" - gritaba Mateo con energía, mientras que Luisa distribuía volantes con los dibujos que habían realizado. Poco a poco, la idea de que los niños podían contribuir a su comunidad fue creciendo entre los adultos.

Pero ya que pensaban que todo iba a salir bien, un nuevo obstáculo apareció. Una gran empresa llegó al pueblo y quería construir un emprendimiento que podría dañar el ambiente y quitarles el agua. "¡No podemos permitirlo!" - gritó Mateo, mientras sus amigos asintieron. Tenían que actuar rápido.

Se organizaron nuevamente, pero esta vez con un grupo más grande. Ellos sabían que tenían que mostrar lo que realmente importaba. Usaron sus cartas y dibujos para hacer una manifestación pacífica el día de la reunión de la municipalidad. Las banderas que habían pintado ondeaban al viento mientras los adultos comenzaban a entender por qué era importante cuidar de su pueblo.

Finalmente, el alcalde, al ver la unión entre niños y adultos, decidió hacer una reunión especial con la empresa. "No podemos poner en riesgo los sueños de nuestros niños. Si ellos quieren cuidar de su hogar, debemos apoyarlos." - Ese día, se llegó a un acuerdo donde la empresa se comprometió a hacer proyectos que no impactaran en el agua, y que colaborarían en la construcción de una nueva escuela.

El pueblo celebró y los niños no podían dejar de sonreír. "Lo logramos, chicos. ¡Nuestro esfuerzo valió la pena!" - dijo Mateo. Desde ese día, Mateo, Luisa y sus amigos aprendieron que no importa lo pequeños que sean, siempre pueden ser un cambio positivo para su comunidad.

Regresaron a sus juegos, pero con un nuevo brillo en sus ojos y la certeza de que unidos, podían lograr lo que se propusieran. Así, el camino de los pequeños samaritanos, se convirtió en un sendero hacia el futuro, donde sus voces siempre serían escuchadas.

FIN.

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