El Camino de Mateo



Había una vez un chico llamado Mateo que vivía en un pequeño pueblo al borde de un gran bosque. Desde muy pequeño, Mateo siempre sentía una conexión especial con el mundo que lo rodeaba. Las aves que cantaban al amanecer, las flores que florecían en primavera y las estrellas que iluminaban el cielo nocturno eran para él signos de un amor que iba más allá de lo que podía ver.

Un día, mientras paseaba por el parque, vio a un grupo de niños jugando. Eran alegres, pero Mateo notó que algunos de ellos tenían caras tristes o no sonreían. Decidió que quería ayudar a esos niños, así que se acercó alegremente.

"¡Hola chicos! ¿Juegan al escondite?" - dijo con una sonrisa.

"No, no tenemos ganas" - respondió Lucas, el más grande del grupo, frunciendo el ceño.

"¿Por qué no? El escondite es muy divertido. Jugar siempre nos hace sentir mejor" - insistió Mateo.

Pero Lucas y los otros chicos simplemente se encogieron de hombros. Mateo sintió como si algo en su corazón se apretara.

El chico decidió que tenía que hacer algo más. Se sentó bajo un árbol y comenzó a pensar en cómo podía ayudar. Después de un momento, recordó a su abuelo, el cual siempre decía: "La verdadera alegría se encuentra en compartir y en ayudar a los demás".

Así que Mateo se le ocurrió una idea: reunir a todos los niños del pueblo y organizar una gran fiesta en el parque. En su mente, visualizaba música, juegos y mucha risa. Esa noche, mientras su mamá preparaba la cena, Mateo se armó de valor y se le acercó.

"Mamá, quiero hacer una fiesta en el parque para todos los chicos del pueblo. Quiero que se sientan felices y que podamos jugar juntos."

"Suena maravilloso, Mateo. ¿Ya pensaste en cómo lo harás?" - preguntó su mamá sonriendo.

"Puedo hacer carteles y hablar con los papás para que todos vengan. Además, podría pedir ayuda a mis amigos."

"¡Exacto! Estoy segura de que les encantará la idea" - afirmó ella con entusiasmo.

Con el apoyo de su mamá, Mateo se puso manos a la obra. Hizo coloridos carteles y los colocó por todo el pueblo. Al día siguiente, fue a sugerir la idea a sus amigos. Al principio, algunos dudaban.

"No sé si muchos vendrán..." - dijo Sofía, una de sus amigas.

"No importa, Sofi. Lo importante es que intentemos. Quiero que todos se sientan bien, como yo me siento cuando estoy en el bosque o escuchando mi música favorita" - explicó Mateo, con el corazón latiendo fuerte.

Con cada aviso que daban, las sonrisas comenzaban a brotar. Poco a poco, la ambición de Mateo se fue convirtiendo en una realidad. El día de la fiesta, el parque se llenó de risas. Había juegos, música y hasta una mesa enorme llena de golosinas.

Cuando Lucas llegó, se veía sorprendido.

"¿Todo esto lo hiciste vos?" - preguntó con admiración.

"Sí, pensé que sería divertido" - respondió Mateo, sintiendo como su corazón saltaba de alegría.

"¿Puedo ayudar a organizar juegos?" - preguntó Lucas, ahora sonriendo.

"¡Claro que sí! ¡Cuantos más, mejor!" - exclamó Mateo.

Y así, en medio de risas, juegos y la calidez del sol, los niños se unieron, dejando de lado sus preocupaciones y tristezas. Mateo se dio cuenta de que su deseo de ayudar había traído no solo alegría a los demás, sino que también lo llenaba de felicidad.

Al final del día, sentados en el césped, todos los niños compartieron historias y se hicieron amigos.

"Nunca pensé que podríamos ser una gran familia" - dijo Sofía.

"Sí, esto ha sido genial. ¡Gracias, Mateo!" - dijeron al unísono.

Mateo sonrió ampliamente y sintió que su corazón estallaba de alegría. En ese momento, entendió que sus convicciones y ganas de compartir no solo logran cambiar su día, sino también el de los demás.

Y así, Mateo vio que pequeñas acciones de amor y bondad pueden iluminar el mundo. Con un nuevo brillo en sus ojos, volvió a casa con la certeza de que siempre es posible hacer la diferencia.

Y desde aquel día, el pueblo nunca volvió a ser el mismo, porque la alegría compartida siempre queda en los corazones.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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