El Camino de Roberto



Había una vez un hombre llamado Roberto que vivía en un colorido pueblo llamado Alegría. Aunque todos en el pueblo eran felices y se querían mucho, Roberto se sentía perdido en su propio mundo. Le encantaba jugar, pero en su afán por divertirse, a menudo olvidaba ayudar a sus vecinos y ser amable con ellos.

Un día, mientras paseaba por el parque, Roberto se topó con un grupo de niños jugando a las escondidas. Los niños reían y se divertían, pero notaron que Roberto no se unía a ellos.

"¡Hola, Roberto! ¿Por qué no juegas con nosotros?" - preguntó una niña llamada Sofía.

"No tengo ganas, prefiero seguir caminando" - respondió Roberto, sin mucho entusiasmo.

A medida que pasaban los días, Roberto empezó a sentir algo extraño en su corazón. Sabía que a pesar de que jugaba solo, no era lo que realmente deseaba. Un día, decidió visitar a su amigo de la infancia, el Sr. Andrés, el viejo jardinero del parque.

"Hola, Roberto. ¿Qué te trae por aquí?" - sonrió el Sr. Andrés mientras regaba sus plantas.

"Siento que estoy perdido, no sé cómo hacer para ser feliz como antes" - confesó Roberto, asintiendo con tristeza.

El Sr. Andrés lo miró con cariño y le dijo:

"A veces, la felicidad se encuentra en hacer felices a los demás. ¿Te gustaría ayudarme a cuidar este jardín?"

Intrigado, Roberto aceptó. Pasaron la tarde plantando flores coloridas y recogiendo hojas secas. Al principio, le pareció un trabajo duro, pero a medida que avanzaban, comenzó a sentir una calidez en su interior.

"Mirá cómo brillan esas flores, Roberto. Ellas son felices porque las cuidamos" - dijo el Sr. Andrés con una sonrisa.

De pronto, Roberto se dio cuenta de que también podría hacer felices a los demás. No era el juego que había olvidado, sino la conexión con la gente lo que realmente deseaba. Dejó de lado la tristeza que lo había acompañado y decidió compartir su nueva energía con el pueblo.

Al día siguiente, Roberto organizó un juego en el parque e invitó a todos sus vecinos, grandes y chicos. En lugar de participar solo, se convirtió en el mejor anfitrión.

"¡Bienvenidos al gran juego del parque! Pasaremos un rato increíble!" - gritó Roberto entusiasmado.

Mientras los niños jugaban, los adultos rieron y hablaron entre ellos. Roberto se sentía enérgico y feliz por primera vez en mucho tiempo. Se dio cuenta de que comunicar su alegría era más disfrutado en compañía que estando solo.

Sin embargo, un giro inesperado ocurrió. Un fuerte viento comenzó a soplar y tumbó algunas de las flores que habían plantado Roberto y el Sr. Andrés. Todos los niños se pusieron a llorar, pensando que nunca podrían recuperar el jardín.

Roberto, sintiéndose triste, recordó cómo se había sentido cuando le ofrecieron ayudar. Entonces, decidió actuar.

"¡Chicos, no se preocupen! ¡Podemos rehacerlo juntos!" - exclamó con determinación.

Los niños lo miraron confundidos, pero al ver su entusiasmo, comenzaron a animarse. Juntos, fueron a buscar las flores caídas y volvieron a plantarlas. El Sr. Andrés se unió a ellos, guiando su trabajo. Después de un rato, el jardín no solo recuperó su belleza, sino que se veía aún más esplendoroso.

"¡Vimos que con esfuerzo y colaboración, podemos hacer increíbles cosas!" - gritaron los niños, saltando de felicidad.

Desde ese día, Roberto se convirtió en un amigo querido. Aprendió que no solo se trataba de divertirse, sino de hacer sentir bien a los demás para sentirse bien él también. Y aunque el camino no siempre es fácil, siempre hay formas de encontrar la felicidad.

Así, el hombre que una vez se sintió perdido, se convirtió en el héroe del pueblo de Alegría, siempre recordando que, en la comunidad, se puede encontrar el verdadero sentido del juego y de la vida.

FIN.

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