El camino del caballo



Había una vez en un pequeño pueblo, un niño llamado Ibra que descubrió su amor por el ajedrez en un lugar mágico, una plaza donde los abuelos se reunían para jugar bajo la sombra de los árboles. Ibra, un niño curioso e inteligente, observaba fascinado cada movimiento de las piezas sobre el tablero, hasta que un día decidió acercarse a aprender. Allí conoció a Don Antonio, un anciano sabio y amante del ajedrez, que se convirtió en su maestro y amigo. Ibra dedicaba cada tarde a aprender estrategias y secretos del juego, y con cada partida ganaba no solo experiencia, sino también la admiración de los lugareños. Sin embargo, un día Don Antonio le sugirió a Ibra ir más allá y buscar nuevos retos en el torneo anual de ajedrez de la ciudad.

Ibra, emocionado y nervioso, aceptó el desafío. Antes de partir, su madre le entregó un collar con un colgante en forma de caballo, su pieza favorita en el tablero. "Llévalo contigo, te dará fuerzas y te recordará que siempre debes moverte con astucia, como el caballo", le dijo con cariño. Ibra, con el colgante al cuello, emprendió el viaje con Don Antonio, quien lo apoyaba incondicionalmente.

Al llegar al torneo, Ibra se encontró con niños de todo el país, algunos con miradas altivas y otros con gestos de confianza. A medida que las partidas avanzaban, Ibra demostraba su destreza y pasión por el juego, pero una sombra de duda se apoderó de su corazón al enfrentarse al campeón reinante, un niño arrogante que menospreciaba a sus oponentes. Recordando las palabras de su maestro y el afecto de su madre, Ibra decidió confiar en su talento y en el apoyo de quienes lo querían. Finalmente, llegó la última partida, Ibra contra el campeón.

Los espectadores observaban expectantes, mientras Ibra y su rival movían las piezas con determinación. En un giro inesperado, el campeón cometió un error, y sin dudarlo, Ibra vio la oportunidad y realizó un movimiento audaz con su caballo, capturando la reina del oponente y dejándolo en jaque mate. Ibra había ganado el torneo.

Al regresar a su pueblo, Ibra fue recibido como un verdadero héroe. Don Antonio lo abrazó con orgullo y su madre lo felicitó con lágrimas de emoción. Ibra comprendió que la confianza en sí mismo, en el amor de su familia y en las enseñanzas de su maestro lo habían llevado a la victoria. Desde ese día, Ibra siguió creciendo en el ajedrez, siempre recordando que, al igual que el caballo en el tablero, debía moverse con inteligencia y valentía en cada partida, y sobre todo, confiar en las personas que le querían.

Moraleja: Confía en tu talento, en el apoyo de quienes te quieren y en tus propias capacidades para alcanzar la victoria en cualquier desafío que te propongas.

FIN.

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