El Campamento de los Sueños
Era un día soleado y brillante cuando un grupo de niños de la escuela decidió organizar un campamento en el bosque cercano. La maestra, la señora Mabel, les había contado historias de la luna y cómo cada noche iluminaba el cielo. Los niños estaban emocionados y llenos de energía.
"¿Quién está listo para una aventura?", preguntó Leo, el más inquieto de todos.
"¡Yo! “, gritaron al unísono todos los demás.
Así que, con sus mochilas, linternas, y un montón de bocadillos, los chicos se dirigieron hacia un claro en el bosque. Después de caminar un rato, llegaron a un lugar ideal para acampar. Allí, empezaron a armar sus carpas.
"Miren cuántos árboles hay aquí, podemos jugar a las escondidas", sugirió Ana, del grupo, que siempre tenía ideas divertidas.
Mientras los niños armaban sus carpas, de repente, se asomó un pequeño zorrito entre los arbustos. Todos se quedaron quietos, maravillados por la belleza de la naturaleza.
"¡Hola, pequeño amigo!", dijo Tomás, con voz suave, tratando de no asustarlo. El zorrito se acercó un poco más y luego se dio la vuelta, desapareciendo rápidamente entre los árboles.
Los niños decidieron que era hora de hacer una fogata. Todos se unieron para recolectar ramitas y hojas secas. Mientras se preparaban para encender el fuego, la luna comenzó a salir en el horizonte, brillando con fuerza y llenando el claro de una luz mágica.
"¡Mirad! ¡La luna nos está mirando!", exclamó Mireya apuntando al cielo.
"Se ve hermosa", contestó Lucas. "Me gusta acampar. Miro las estrellas y puedo soñar".
Finalmente, encendieron la fogata, y sus risas resonaron en el bosque. Compartieron historias de miedo, a veces exageradas, y se prometieron que cada uno contaría su historia más increíble.
A medida que la noche avanzaba, el fuego chisporroteaba y el aire se llenaba de olores de malvaviscos asados. Pero, en medio de su divertimento, comenzaron a sentir frío.
"Vamos a buscar más ramas para el fuego", sugirió Ana. "No podemos dejar que se apague".
Al salir del claro, los chicos se separaron un poco. Mientras buscaban madera, escucharon un ruido entre los arbustos. Con cautela, se acercaron y descubrieron que era el pequeño zorrito, quien parecía haber regresado para hacerles compañía.
"¿Deberíamos darle algo para comer?", preguntó Tomás, mostrando un trozo de su sándwich. El grupo decidió que podría ser buena idea. Se acercaron con cuidado al zorrito, quien, tras un par de minutos mirando, al fin aceptó el bocadillo.
Cuando terminó de comer, el zorrito comenzó a saltar y jugar como si los invitara a seguirlo. Curiosos, los niños siguieron al pequeño animal.
Siguieron al zorrito, y juntos encontraron un hermoso lago escondido en el bosque. La luna reflejaba su luz sobre el agua, creando un espectáculo mágico que los dejó boquiabiertos.
"¡Esto es impresionante!", dijo Leo, sin poder quitar la vista del lago. "No sabía que existía este lugar tan hermoso aquí mismo".
"A veces, hay que explorar más para descubrir cosas nuevas", reflexionó Mireya, sonriendo.
Entonces, decidieron sentarse en la orilla del lago y contar historias sobre sus sueños y lo que querían ser de grandes. Hablaron de ser astronautas, exploradores, y hasta de ser cuidadores de animales.
La luna se reflejaba en sus ojos, y los niños comenzaron a entender que, aunque eran solo niños, cada uno tenía sueños grandes e importantes.
"Lo importante es no rendirse y seguir adelante, ¿no?", comentó Tomás.
"Exacto. ¡Las estrellas no están tan lejos!", dijo Ana.
Cuando la fogata ya no hogareaba y la noche se hacía más profunda, decidieron regresar al campamento. Agradecieron al zorrito por la aventura, el cual, en respuesta, movió su colita y desapareció en la maleza.
Cuando regresaron, no solo tenían el recuerdo del campamento, sino también una nueva complicidad y sueños brillantes. Ellos comprendieron que el valor de la amistad, la exploración y la magia de las pequeñas maravillas que encontraban a su alrededor eran sus verdaderos tesoros. Y así, bajo la luz de la luna, se durmieron con sonrisas en sus rostros, recordando que la aventura de vivir siempre continúa, mientras se tenga un corazón curioso.
FIN.