El canto de Florcita



En un pequeño pueblo llamado Alegría, vivía una niña llamada Florcita. Desde que era muy pequeña, Florcita mostraba una pasión desbordante por la música y la danza. Sus abuelos solían contarle historias de su niñez, llenas de cantos y bailes que hacían reír y soñar. Florcita siempre escuchaba con atención y, a medida que creciera, se dio cuenta de que la felicidad que emanaba de esos relatos era un tesoro invaluable.

Un día, mientras exploraba el jardín de su abuela, Florcita encontró un viejo tambor. "¡Mirá, abuela! ¿De quién es este tambor?"- preguntó la niña, con gran curiosidad.

"Ese tambor fue de tu abuelo, querida. Él tocaba en las fiestas del pueblo. Cada golpe traía vida y alegría a nuestra gente"- respondió la abuela, mientras sus ojos brillaban con nostalgia.

Motivada, Florcita decidió que quería revivir esas costumbres y organizar una fiesta en el pueblo donde todos pudieran cantar y bailar. "Voy a traer de vuelta el cantar de los viejos", se prometió a sí misma.

Con la ayuda de su abuelo, quien le enseñó a tocar el tambor, y su abuela, que le mostró los pasos de los bailes tradicionales, Florcita empezó a practicar todos los días. Sin embargo, había un pequeño problema: en el pueblo, muchos jóvenes habían olvidado la música y las tradiciones de sus antepasados.

Un día, mientras ensayaban en el parque, algunos chicos del barrio se les acercaron. "¿Qué están haciendo?"- preguntó Tomás, uno de los más grandes. "Estamos reviviendo las tradiciones de nuestros abuelos. ¿Te gustaría unirte?"- propuso Florcita.

"No creo que eso sea divertido. Nosotros preferimos escuchar música moderna"- respondió Tomás, riéndose un poco.

Florcita no se desanimó. Sabía que tenía una buena idea, así que siguió ensayando y, poco a poco, sus canciones comenzaron a llenar el aire con un aroma a nostalgia y alegría. Se lo contó a sus amigos, y algunos mostraron interés. "Tal vez podamos hacer esto juntos"- dijo Sofía, su mejor amiga. Después de muchas charlas y risas, se unieron a la causa.

Días después, Florcita decidió que era hora de llevar su idea al siguiente nivel. "Vamos a invitar a todo el pueblo a una gran fiesta para celebrar nuestras tradiciones, a cantar y a bailar como lo hacían nuestros abuelos. ¡El próximo sábado, en la plaza!"- anunció con entusiasmo.

Al principio, los habitantes del pueblo estaban un poco reticentes, pero la energía de Florcita era contagiosa. Así que el sábado, aunque no era seguro si el público acudiría, sus amigos y familiares se juntaron para preparar todo con amor.

El día del evento llegó. La plaza fue adornada con flores de colores y banderines. Los abuelos comenzaron a llegar, llenos de recuerdos y sonrisas. La música comenzó a sonar y, con un tímido tamborazo de Florcita, todos comenzaron a moverse al ritmo del baile tradicional.

"Esto es hermoso, nunca había visto a la gente del pueblo bailar así"- dijo Tomás, mientras lentos lo tomaba de la mano y se unía a la danza. Las historias de los abuelos florecieron en cada canto, y los jóvenes se dieron cuenta de lo divertido que era.

Justo cuando todos estaban disfrutando, una tormenta inesperada se desató. Las nubes grises llenaron el cielo, y la lluvia comenzó a caer. Todos miraron en dirección a Florcita, con preocupación y confusión. Pero ella sonrió y levantó su tambor.

"¡No podemos dejar que la lluvia apague nuestra fiesta! ¡Vamos a cantar y bailar bajo la lluvia!"-

"¡Sí!"- gritaron los jóvenes, y así, con risas y alegría, comenzaron a bailar en la plaza, haciendo que la lluvia se convirtiera en un espectáculo inolvidable.

Al final del día, la tormenta se detuvo, y el sol salió de nuevo, haciendo brillar la plaza con un resplandor especial. Todos estaban empapados, pero felices. "Esta fue la mejor fiesta de todas"- dijo un abuelo mientras se secaba con una toalla.

Florita miró a su alrededor, las caras de los amigos y vecinos llenas de alegría. "No olviden nuestras historias, porque son nuestra fortaleza. Ellas nos inspiran a vivir con amor y felicidad"- concluyó, y todos la aplaudieron.

Desde ese día, el pueblo de Alegría revivió las tradiciones de sus abuelos, y cada vez que alguien escuchaba el son del tambor de Florcita, sabía que era hora de cantar, bailar y recordar su historia. La mirada de nostalgia se transformó en sonrisas amplias y corazones contentos, como flores floreciendo en un hermoso jardín.

Y así, la música y la danza se convirtieron en el símbolo del pueblo, recordándoles que, con amor y alegría, las tradiciones pueden volver a vivir en las nuevas generaciones.

FIN.

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