El Canto de la Flor



En un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, vivía un abuelo llamado Don Pedro. Era un hombre sabio y cariñoso, conocido en todo el pueblo por su melodiosa voz y su amor por la naturaleza. Todos los días, al amanecer, Don Pedro salía al jardín que había cultivado durante años con amor y dedicación. Allí, había una flor especial, una rosa amarilla que, según él, tenía el poder de transmitir amor y felicidad.

Un día, su nieta Sofía, curiosa y llena de energía, decidió acompañarlo. Soñaba con escuchar las historias que su abuelo siempre contaba mientras cuidaba su jardín.

"Abuelo, ¿por qué siempre cantás para la rosa?" - preguntó Sofía con un brillo en los ojos.

"Porque, mi amor, esta flor tiene un gran olor a amor y canta para quien le da cariño. Si la cuido y le hablo, ella crece fuerte y hermosa" - respondió Don Pedro, sonriendo.

Sofía se interesó por el canto y, mientras su abuelo le enseñaba sobre las plantas, comenzó a unirse a él. Juntos, llenaban el jardín con risas y melodías, creando un rincón mágico donde todo parecía posible.

Un día, en pleno canto, notaron que la rosa comenzó a cambiar de color. Asombrados, observaron cómo se transformaba en un brillante color rojo.

"¡Mirá, abuelo! La rosa está cambiando, debe estar feliz con nuestra música." - exclamó Sofía.

"Así es, Sofía. Cuando compartimos nuestro amor y alegría, la naturaleza también respira y florece" - dijo Don Pedro, con una mirada de orgullo.

Sin embargo, un día, una tormenta inesperada se acercó al pueblo. Los vientos soplaron fuertes y las nubes cubrieron el cielo, amenazando el jardín que tanto amaban. Don Pedro y Sofía, preocupados, se asomaron a la ventana.

"¿Qué pasará con nuestra rosa?" - preguntó Sofía con temor.

"No te preocupes, hija. La rosa es fuerte. Solo necesita un poco de protección" - respondió Don Pedro, decidido.

Con valentía, ambos salieron al jardín y buscaban un lugar para cubrir la rosa. Sofía se acordó de las historias que su abuelo le contaba sobre cómo las flores pueden resistir y sobre la fuerza del amor. Con eso en mente, comenzaron a cantar, levantando sus voces para ahogar el ruido de la tormenta.

"¡Canta con libertad, abuelo!" - animó Sofía mientras el viento aullaba.

"¡Canto por el amor que florece en nuestro jardín!" - gritó Don Pedro, sus ojos brillando con determinación.

A medida que cantaban, algo mágico sucedió. El viento comenzó a calmarse, y la tormenta pareció escuchar su canto. Ambas voces, llenas de amor, resonaban en el aire como una melodía que mantenía a raya la oscuridad.

Pasada la tormenta, el sol volvió a brillar y el jardín lucía aún más hermoso. La rosa roja resplandecía en el centro, ahora más fuerte que nunca.

"¡Lo logramos, abuelo!" - dijo Sofía, llena de alegría.

"Sí, mi amor. La música y el amor pueden hacer cosas maravillosas. Nunca debemos olvidarlo" - contestó Don Pedro, abrieron sus brazos para abrazarse.

Desde ese día, abuelo y nieta entendieron que el amor, expresado a través de la música y el cuidado, podía vencer cualquier adversidad. Sofía decidió compartir esta lección con sus amigos en la escuela, corrigiendo que siempre era importante cuidar las flores, los animales y el mundo que la rodeaba.

Y así como el canto de amor de su abuelo, sus palabras hicieron eco entre sus compañeros, engriendo un amor por la naturaleza en sus corazones. En cada rosa, en cada melodía, siempre habría una historia que contar y un amor que florecería.

Y así, Don Pedro y Sofía continuaron cantando, sabiendo que, mientras lo hicieran juntos, la magia del amor siempre estaría presente.

FIN.

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