El Canto de los Viejos
En un pequeño pueblo llamado Arcoíris, había una encantadora plaza donde todos los habitantes solían reunirse. En el centro, había un viejo árbol llamado Don Sapote, que había escuchado muchas historias a lo largo de los años. La tradición decía que cuando los ancianos cantaban bajo sus ramas, sus historias cobraban vida y llenaban a todos de alegría.
Una tarde soleada, la abuela Emilia, con su voz suave y melodiosa, comenzó a cantar:
"En tiempos de antaño, los sueños volaban, los niños reían, los viejos cantaban..."
Los niños se acercaron, con los ojos brillando de curiosidad. Entre ellos estaba Lía, una niña con una imaginación desbordante.
"¿Abuela, qué historia vas a contarnos hoy?" - preguntó Lía, con una sonrisa.
La abuela se rió y dijo: "Hoy, les relataré la historia de un valiente caballero que buscaba un tesoro. ¿Están listos?"
Todos asintieron con entusiasmo. La abuela continuó:
"Eran tiempos lejanos y, en un reino de oro, un joven llamado Martín decidió partir en busca de un tesoro escondido. La leyenda decía que sólo aquellos con un corazón puro podrían encontrarlo."
Lía interrumpió "¿Y cómo sabía Martín que su corazón era puro?"
La abuela Emilia respondió con una sonrisa:
"Martín siempre ayudaba a los demás y compartía lo que tenía. Un día se encontró con un anciano que necesitaba agua en medio del desierto. Él no dudó en darle su provisión, aunque su propia garganta estaba reseca..."
Los niños escuchaban fascinados. La historia continuó, y Lía estaba completamente inmersa en la trama. Sin embargo, de repente, un fuerte viento sopló y llevó consigo el sombrero de un anciano del pueblo llamado Don Horacio, que miraba la escena desde la esquina de la plaza.
"¡Cuidado, Don Horacio!" - gritó Lía, corriendo tras el sombrero, pero a los ruidos del sombrero volador se unió una carga mayor. Frases del pasado comenzaron a resonar en el aire, como si el propio árbol Don Sapote decidiera participar.
"¡He visto días de gloria!" - dijo Don Horacio, riendo. "Cuando las canciones eran nuestra brújula. ¡Ah, el canto nos recuerda lo que somos!"
La abuela Emilia, emocionada por ver que todos formaban parte del relato, decidió incorporar eso en la historia:
"Así fue como Martín, oyendo el canto de aves y el susurro del viento, encontró no solo un tesoro de oro, sino también un canto en su corazón.
Lía no podía contener su curiosidad:
"¿Y qué hizo con el tesoro, abuela?"
"Decidió compartir su riqueza con todo el pueblo. Organizó grandes fiestas, donde todos podían cantar y contar historias. Se dio cuenta de que el verdadero tesoro era la felicidad que brindaba a los demás."
"Como lo que hacemos hoy, abuela. ¡Estamos creando tesoros de historias!" - exclamó Lía.
Todos se unieron al canto, celebrando la vida en su plaza. La tarde se convirtió en un espectáculo de risas, cantos y cuentos. Pasaron horas, y cuando el sol comenzó a ponerse, la abuela Emilia miró a todos los niños y dijo:
"Recuerden, pequeños, el canto de los viejos no solo nos trae alegría, sino que también nos conecta con nuestras raíces. Nunca olviden la importancia de cantar con amor y recordar nuestras historias.
Y así, Arcoíris fue un lugar lleno de risas y canciones cada vez que se reunían, y cada anciano que contaba su relato se volvía un tesoro que todos atesoraban en el corazón. Cada canción era una historia, y cada historia un recuerdo del valor de compartir.
Los niños aprendieron que, aunque el tiempo pasara, la magia de cantar y contar no se extinguía nunca. Era un regalo que llevaban dentro y que, con amor, debían compartir siempre. Al final del día, Lía comprendió que el verdadero cantó de los viejos era en sí mismo el canto de la vida, el canto de la comunidad que unía a todos en un mismo abrazo de felicidad.
FIN.