El Canto del Anciano Sabio



En un pequeño pueblo lleno de colores y risas, vivía un anciano llamado Don Ramón. Era conocido por todos como el cantautor del pueblo. Cada mañana, se sentaba en un banco de la plaza y comenzaba a cantar canciones llenas de amor y alegría. Su voz melodiosa llenaba el aire, haciendo que todos los niños se acercaran a oírlo.

Un día, un grupo de niños se sentó a su alrededor. Entre ellos estaba Luisa, una niña de ojos brillantes, con una sonrisa contagiosa.

"Don Ramón, ¿por qué canta usted siempre?" - preguntó Luisa con curiosidad.

"Canto porque el amor y la alegría son la música de la vida, querida. Cada canción es un recuerdo, una lección", respondió Don Ramón, mientras sonreía ampliamente.

"¿Y qué tipo de recuerdos trae su música?" - inquirió Tomás, un niño travieso del grupo.

"Mis canciones hablan de logros y triunfos. A veces, nuestros sueños se hacen realidad, pero también debemos recordar que hay que enfrentar las dificultades con alegría”, explicó el anciano.

Un día, mientras Don Ramón contaba una de sus historias, un fuerte viento comenzó a soplar y una nube negra cubrió el cielo. De repente, un rayo iluminó el lugar y, asustados, los niños comenzaron a correr hacia sus casas.

"¡No! Esperen, no hay que tener miedo!" - exclamó Don Ramón, pero su voz se perdió entre el estruendo del viento.

Pasaron los días y el pueblo quedó en silencio. Nadie se acercaba a la plaza. Sin embargo, Luisa y Tomás decidieron que era momento de hacer algo. Se reunieron con sus amigos y formaron un plan.

"Vamos a invitar a todos a escuchar a Don Ramón de nuevo. Su canto trae buena energía y nos hace sentir bien" - dijo Luisa con determinación.

"Así es. ¡Cantar le dará más alegría a la plaza!" - agregó Tomás.

Los niños comenzaron a hacer carteles llenos de dibujos coloridos y letras grandes: "El Canto de la Alegría – ¡Volvamos a la Plaza!". Al día siguiente, todos los niños se reunieron en la plaza y comenzaron a cantar las canciones de Don Ramón a viva voz.

De repente, el anciano salió de su casa, sorprendido por el bullicio.

"¿Qué está pasando aquí?" - preguntó, llenándose de asombro.

"¡Don Ramón, hemos vuelto para que nos cante!" - gritaron todos al unísono.

Don Ramón, emocionado, se sentó en su banco y empezó a cantar una de sus melodías más queridas. Los niños lo acompañaron con alegría, riéndose y bailando, mientras el sol asomaba detrás de las nubes.

Mientras cantaban, los adultos del pueblo comenzaron a salir de sus casas, atraídos por la música. Uno a uno, se unieron a los niños. La plaza cobró vida, y las risas llenaron el aire nuevamente.

Luego de terminar la canción, Don Ramón, con lágrimas de felicidad en sus ojos, les dijo:

"Ustedes son la luz de este pueblo. Nunca olviden que el canto con amor sana todo. A veces, solo hace falta un poco de valentía y alegría para superar cualquier tempestad“.

Desde ese día, cada semana los niños organizaban una tarde de canto en la plaza. Don Ramón seguía siendo el faro de alegría, compartiendo sabiduría y enseñanzas a través de sus canciones. El pueblo aprendió a valorar el poder de la música y el amor, y todos, grandes y chicos, descubrieron que cada día era una oportunidad para cantar y celebrar la vida. La alegría era su canción, y la comunidad se unió en armonía.

Así, bajo el canto del anciano sabio, aprendieron que vivir la vida con amor y alegría era el mejor logro de todos.

FIN.

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