El canto del jilguero



Había una vez en un rincón de la selva un jilguero llamado Máximo, que poseía el canto más hermoso y melodioso que jamás se hubiera escuchado.

Todos los animales del bosque se maravillaban al escucharlo y él se sentía muy orgulloso de su talento. Un día, Máximo encontró un brillante plumaje en el suelo, era de un águila majestuosa que había pasado por allí. Fascinado por su belleza, el jilguero decidió ponerse cada una de las plumas.

Desde ese momento, su canto se volvió aún más melodioso y atrayente, lo que lo llenó de vanidad. "¡Qué hermoso soy y qué maravilloso canto tengo!", alardeaba Máximo a todos los animales.

Sin embargo, su actitud arrogante y engreída empezó a alejar a sus amigos del bosque, quienes antes disfrutaban de su compañía. Un día, mientras cantaba con soberbia, un cuervo llamado Ramón se posó en una rama cercana.

"¿Por qué alardeas tanto, pequeño jilguero? Tus melodías ya no alegran nuestros corazones, sino que hieren nuestros oídos", le reprochó el sabio cuervo. Máximo, herido en su orgullo, despreció las palabras de Ramón, pero algo en su interior le hizo reflexionar.

Decidió entonces visitar al anciano búho Sabio, quien le reveló: "El verdadero propósito de tu canto no es crear admiración por tu belleza, sino alegrar y unir a los demás con tu melodía. Debes aprender humildad y despojarte del plumaje que no te corresponde, para recuperar la belleza y armonía de tu voz".

Máximo entendió que había errado en su camino y, con valentía, se despojó de las plumas ajenas.

Al recuperar su canto original, volvió a ganarse el cariño y admiración de todos los animales del bosque, quienes se reunieron para escuchar al jilguero con alegría y gratitud. Desde entonces, Máximo aprendió a valorar su don y a compartirlo con generosidad, recordando siempre que la verdadera belleza está en el amor y la humildad.

FIN.

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