El Carpincho que No Quería vivir en el Iberá



En el corazón de los esteros del Iberá, vivía un joven carpincho llamado Carlitos. Carlitos era diferente a los demás carpinchos; mientras sus amigos disfrutaban del agua y los llanos, él soñaba con vivir en una gran ciudad llena de luces y ruidos.

Una mañana soleada, mientras todos se preparaban para un día de juego en el agua, Carlitos decidió expresar su deseo.

"¡Yo no quiero vivir aquí, en el Iberá!" - gritó con entusiasmo.

Los demás carpinchos lo miraron sorprendidos.

"¿Pero por qué, Carlitos?" - preguntó Cora, una amigable carpincha con el pelaje suave como un almohadón.

"Quiero ver edificios gigantes, luces brillantes y escuchar música todo el día. Aquí solo hay agua y pasto" - respondió Carlitos, alzando la mirada hacia el cielo.

"Pero el Iberá es nuestro hogar, es hermoso. Aquí hacemos fiestas, jugamos y comemos a montones de hierbas ricas" - insistió el abuelo Carpincho, experto en historias.

"Eso no me importa. ¡Yo me voy!" - se despidió, decidido.

Carlitos partió hacia la ciudad, llena de expectativas y sueños. Llegó a la ciudad y se maravilló con los rascacielos.

"¡Miren esos edificios tan altos!" - exclamó. Rápidamente se dio cuenta de que la vida en la ciudad no era como él había imaginado.

Cada vez que trataba de caminar por las calles, la gente lo miraba con asombro.

"¡Un carpincho en la ciudad!" - decían risueños.

Él no sabía cómo moverse entre tanto ruido y velocidad. Además, extrañaba las aladas aves que solían cantarle por las mañanas.

Tras un par de días, Carlitos estaba cansado y un poco solitario. Se sentó en un parque, tratando de contemplar el horizonte.

"¿Qué estoy haciendo aquí?" - se preguntó mientras miraba las luces que parpadeaban. En un instante, se sintió abrumado.

"No hay pasto ni agua, y no hay ningún carpincho aquí" - lamentó.

En ese momento, una niña se acercó a él.

"Hola, carpinchito. Te veo triste. ¿Qué te pasa?" - le preguntó.

Carlitos suspiró y se lo contó todo.

"Quería una vida emocionante, pero me doy cuenta de que lo que tenía era hermoso" - confesó.

La niña asintió, entendiendo su sentimiento.

"A veces buscamos cosas lejos cuando en realidad lo que amamos está cerca de nosotros" - le dijo con dulzura.

Carlitos comprendió que estaba añorando lo que siempre había tenido, ese hermoso hogar lleno de agua y risas.

"Gracias, pequeña. Tienes razón, no sé por qué me dejé llevar" - sonrió y decidió que debía regresar al Iberá.

Despidió a la niña y tomó el camino de vuelta. Cuando llegó al Iberá, sus amigos lo recibieron con gritos y abrazos.

"¡Carlitos, volviste!" - exclamaron.

"Sí, volví y estoy feliz de estar aquí" - dijo sonriente.

Carlitos se sumergió en el agua fresca, sintiendo la libertad de su hogar. Aprendió que lo más importante no es dónde se encuentra, sino con quién se comparte, y que buscar en lo ajeno a veces nos aleja de lo que verdaderamente es valioso.

Desde entonces, Carlitos se convirtió en el carpincho más feliz del Iberá e incluso enseñó a todos sus amigos a apreciar cada rincón de su hogar.

FIN.

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