El cartero de sueños


Había una vez un niño llamado Tomás que soñaba con ser grande. Desde muy pequeño, admiraba a los adultos y anhelaba el día en que él también fuera uno de ellos.

Un día, mientras jugaba en el parque, Tomás vio a un grupo de niños mayores divirtiéndose en los columpios altos. Se acercó corriendo y les preguntó:- ¡Hola! ¿Puedo jugar con ustedes? Los niños más grandes se miraron entre sí y empezaron a reírse.

- Jajaja, claro que no -respondió uno de ellos-. Eres demasiado chiquito para subirte a estos columpios. Tomás sintió una gran tristeza al escuchar esas palabras.

Se dio cuenta de que su deseo de ser grande estaba lejos de cumplirse por el momento. Sin embargo, decidió no rendirse y buscar otras maneras para demostrar su valía. Al día siguiente, Tomás fue al colegio con una idea brillante en mente.

Durante el recreo, se acercó a la maestra y le dijo:- ¡Señorita María, me gustaría ayudarla en lo que necesite! Quiero aprender cosas nuevas y sentirme útil como los adultos. La maestra sonrió ante la determinación del niño y aceptó su oferta amablemente.

A partir de ese momento, cada día después del colegio, Tomás ayudaba a la señorita María a organizar las tareas del salón. Limpiaba pizarrones, ordenaba libros y colaboraba con sus compañeros cuando tenían dudas.

Pasaron los meses y Tomás se volvió un experto en todas las tareas escolares. Los demás niños lo miraban con admiración y respeto, pues veían en él a un compañero responsable y dedicado.

Un día, mientras Tomás ayudaba a la señorita María a decorar el salón para una fiesta, escuchó una conversación entre dos adultos que pasaban por el pasillo. - ¡Necesitamos alguien que pueda hacer las entregas de los folletos! -dijo uno de ellos-. El niño que solía hacerlo está enfermo y no podrá venir.

Tomás se acercó tímidamente y dijo:- ¡Yo puedo hacerlo! Sé cómo llegar a cada casa del barrio. Los adultos se sorprendieron ante la valentía del niño y aceptaron su ayuda. Le dieron un montón de folletos y le explicaron cómo debía entregarlos.

Desde aquel día, Tomás se convirtió en el mensajero oficial del barrio. Caminaba por todas las calles repartiendo volantes con una sonrisa en su rostro. Los vecinos lo recibían con alegría y le agradecían por su amabilidad.

Un día, mientras entregaba un volante en la oficina de correos, el cartero le preguntó:- Oye, pequeño ¿no te gustaría trabajar aquí algún día? Eres muy responsable para tu edad. Tomás abrió los ojos emocionado ante esa posibilidad.

A partir de ese momento, decidió que ser cartero era lo que realmente quería hacer cuando fuera grande. Pasaron los años y Tomás cumplió su sueño.

Se convirtió en un cartero ejemplar, siempre llevando cartas y paquetes con una sonrisa en su rostro. Era feliz porque había encontrado su vocación y demostró al mundo que no importa el tamaño, sino la actitud y las ganas de hacer las cosas bien.

Y así, el niño que quería ser grande encontró su camino en el mundo y se convirtió en un adulto feliz, dejando una huella positiva a su paso.

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