El castillo de arena inquebrantable


Había una vez en la escuela del barrio, la profesora Juan Manuel Erika. Era una maestra muy querida por sus alumnos, ya que siempre encontraba formas divertidas de enseñarles.

Un día soleado, después de terminar todas las lecciones, la profesora decidió llevar a sus estudiantes al patio a jugar un rato. Todos estaban emocionados y salieron corriendo hacia el aire libre. En el patio había muchos juegos: toboganes, columpios y hasta un arenero.

Los niños se dividieron en grupos y comenzaron a disfrutar de todas las actividades disponibles.

Erika se acercó al grupo que estaba jugando en el arenero y les propuso un desafío: "Chicos, ¿qué les parece si construimos el castillo más grande que hayamos visto?". Los pequeños asintieron emocionados y comenzaron a trabajar juntos. Cada uno agarró una pala o cubeta y empezaron a cavar hoyos para los cimientos del castillo. Erika los guiaba con paciencia e iba explicándoles cómo hacerlo correctamente.

El trabajo en equipo era clave para lograr su objetivo. Pasaron horas construyendo el castillo de arena más impresionante que habían visto jamás. Tenía torres altas, muros fuertes e incluso un foso con agua imaginaria.

Estaban muy orgullosos de su creación. De repente, mientras admiraban su obra maestra, sintieron unas gotas de lluvia caer sobre ellos. Todos miraron preocupados hacia arriba y vieron cómo las nubes grises se acercaban rápidamente.

"¡Oh no! ¡Nuestro castillo se va a arruinar!", exclamó uno de los niños. Todos comenzaron a correr hacia el salón, buscando refugio de la lluvia. Pero Erika detuvo al grupo y les dijo: "Chicos, no se preocupen.

La lluvia puede arruinar nuestro castillo, pero también podemos aprender algo de esto". Los niños la miraron confundidos. La profesora sonrió y continuó: "A veces en la vida las cosas no salen como esperamos. Pero eso no significa que debamos rendirnos.

En lugar de lamentarnos por lo que perdimos, podemos encontrar una forma de seguir adelante". Los pequeños reflexionaron sobre sus palabras y asintieron lentamente. Decidieron enfrentar el desafío y buscaron soluciones para proteger su castillo.

Usaron hojas grandes como techos improvisados y construyeron canales para desviar el agua. Cuando terminaron, se dieron cuenta de que habían aprendido mucho más que solo construir un castillo.

Habían aprendido a ser resilientes, a trabajar en equipo y a encontrar soluciones creativas ante los obstáculos. La lluvia finalmente paró y todos pudieron regresar al patio para ver qué había quedado del castillo. Para su sorpresa, aunque estaba mojado, seguía en pie gracias a las medidas que habían tomado.

Erika felicitó a sus alumnos por su perseverancia y les recordó lo valiosas que eran esas enseñanzas para toda su vida. Desde aquel día, cada vez que encontraban dificultades o problemas, recordaban cómo juntos superaron la adversidad en el patio de la escuela.

Y así fue como la profesora Juan Manuel Erika enseñó a sus alumnos que no importa cuántas veces la vida les presente desafíos, siempre podrán encontrar una forma de enfrentarlos y seguir adelante.

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