El castillo de Fuego
Había una vez en un reino lejano un dragón muy especial. A diferencia de los demás dragones, él no escupía fuego ni causaba miedo entre los habitantes del lugar.
Este dragón, llamado Fuego, era bueno y amigable con todos. Un día, Fuego decidió construir su propio castillo en lo alto de una colina. El castillo era enorme y majestuoso, con torres altas y murallas imponentes.
Los aldeanos quedaron sorprendidos al ver la magnífica obra que el dragón había creado. "¡Wow! ¡Qué hermoso castillo has construido, Fuego!" -exclamó Ana, la panadera del pueblo. "Gracias, Ana. Quería tener un lugar donde poder vivir tranquilo y seguro", respondió Fuego con una sonrisa en su rostro escamoso.
Los días pasaban y Fuego se dedicaba a cuidar de su castillo y ayudar a los habitantes del reino en todo lo que podía.
Un día, llegó al pueblo un grupo de bandidos que comenzaron a sembrar el caos y el miedo entre la gente. "¡Necesitamos ayuda para detener a esos bandidos!" -gritó Martín, el herrero del pueblo. Fuego no dudó ni un segundo y salió volando hacia donde estaban los bandidos.
Con su gran tamaño e imponente presencia, logró asustar a los malhechores y hacer que huyeran despavoridos. Los habitantes del reino quedaron impresionados por la valentía de Fuego y decidieron organizar una fiesta en su honor en el castillo.
Todos llevaron comida, bebida y regalos para celebrar al amable dragón que había protegido su hogar. La fiesta fue todo un éxito y Fuego se sintió muy feliz de haber podido ayudar a sus amigos del pueblo.
Desde ese día, el castillo del dragón bueno se convirtió en un símbolo de paz y amistad para todos los habitantes del reino. Y así, Fuego demostró que no hace falta ser como todos los demás para ser aceptado y querido por los demás.
Su bondad y valentía lo convirtieron en un verdadero héroe para todos aquellos que tuvieron la suerte de conocerlo.
FIN.