El Castillo de la Lluvia
Era una noche oscura y lluviosa en el pequeño pueblo de Los Colores. Las gotas de lluvia caían sin parar, y los rayos iluminaban el cielo con destellos aterradores. La casa de la familia Gómez, un antiguo hogar de madera, crujía con el viento y los ruidos extraños que hacía parecía que el lugar cobraba vida. Justo esa noche, Sofía, una nena valiente de ocho años, decidió que era hora de enfrentar sus miedos.
"Mamá, ¿puedo quedarme despierta hasta tarde?" - preguntó Sofía con un brillo de determinación en sus ojos.
"Claro, pero no te olvides de que mañana hay clase y hoy es una noche muy movida, Sofi" - respondió su mamá mientras le daba un beso en la frente.
Sofía se acomodó en el sofá, con una manta y su linterna. Afuera, el viento aullaba y las sombras danzaban en las paredes. De repente, escuchó un ruido proveniente del piso de arriba.
"¿Eso fue un fantasma?" - murmuró Sofía, tratando de convencerse de que no era nada.
Decidida a desentrañar el misterio, Sofía subió lentamente las escaleras, cada crujido la hacía saltar un poco, pero su curiosidad podía más que su miedo. Cuando llegó al pasillo, los cuadros parecían observarla, y un rayo iluminó la habitación de su hermano mayor, Lucas.
"Lucas, ¿estás despierto?" - preguntó Sofía, asomándose a su cuarto.
"¿Qué querés, Sofi? Está oscuro y tenebroso, no molestes" - respondió Lucas, arropado hasta la cabeza.
"Vine a explorar. Escuché un ruido raro y creo que hay un misterio por resolver" - dijo Sofía, con la voz decidida.
Lucas se rió, pero en el fondo le intrigó la idea.
"De acuerdo, voy contigo. Pero si encontramos un fantasma, ¡vos lo asustás!" - respondió Lucas, levantando las mantas.
Ambos comenzaron a caminar por el pasillo. Cada sombra parecía cobrar vida, y mientras se acercaban a la habitación de los padres, Sofía decidió iluminar la puerta con su linterna. De repente, un gato negro apareció de la nada, haciendo que Sofía diera un salto.
"¡Era un monstruo!" - gritó Sofía.
"¡No, es solo un gato!" - rió Lucas, aún con el corazón acelerado.
Siguieron explorando hasta que llegaron a un viejo baúl que estaba en el desván, cubierto de polvo.
"¿Qué habrá adentro?" - se preguntaron al unísono.
Al abrir el baúl, descubrieron una colección de objetos antiguos: fotos, juguetes, y un paraguas colorido.
"¡Mirá! Esto fue de la abuela... ella siempre decía que los días de lluvia son para crear y contar historias" - reflexionó Sofía.
De repente, un ruido más fuerte hizo eco en la casa, haciendo que Sofía y Lucas se miraran con ojos grandes. Pero ahora tenían un objeto, y Sofía no dudó.
"¡Use el paraguas! En un día como hoy, con lluvia, algo mágico puede pasar..." - dijo mientras lo abría dentro del desván.
Y así fue. Un chispazo de luz brilló, y el desván se llenó de colores, como si las criaturas de sus historias hubieran cobrado vida. Un dragón de papel se alzó y comenzó a volar alrededor.
"¡Esto es increíble!" - gritó Lucas.
"No hay fantasmas, solo magia" - respondió Sofía, feliz de haber descubierto que sus miedos podían transformarse en aventuras.
Juntos, se dejaron llevar por la magia del paraguas. En lugar de un castillo espeluznante, transformaron la casa en un auténtico reino de diversión, donde cada rincón contaba una historia. Al amanecer, terminaron ese viaje nocturno llenos de risas, y su relación se fortaleció. Los días de lluvia nunca volvieron a parecer aterradores, sino llenos de posibilidades.
La próxima vez que lloviera, Sofía y Lucas sabían que, en vez de temer a los truenos, podrían crear un mundo maravillosamente divertido, lleno de dragones, fantasías y grandes aventuras.
FIN.