El Castillo de las Monedas Mágicas



Había una vez, en un monte alto y verde, un espléndido castillo que pertenecía a un noble llamado Don Juan. El castillo era mágico, no solo por su belleza, sino porque en su alrededor volaban monedas de oro brillantes. Estas monedas no eran comunes; cada vez que una de ellas tocaba el suelo, se convertía en un deseo por cumplir.

Un día, mientras Don Juan paseaba por su jardín, notó algo extraño. Las monedas comenzaron a volar en círculos, formando un remolino de luz dorada. Intrigado, decidió seguirlas.

"¿Adónde irán estas monedas?" -se preguntó Don Juan mientras avanzaba hacia el claro del bosque.

Al llegar, se encontró con una niña llamada Clara. Ella miraba asombrada cómo las monedas danzaban a su alrededor.

"¡Hola! Soy Clara, ¿por qué estas monedas vuelan?" -preguntó la niña con curiosidad.

"Hola, Clara. Estas monedas son mágicas. Pueden convertir los deseos en realidad, pero deben ser usados con responsabilidad" -explicó Don Juan con seriedad.

"¿Puedo pedir un deseo?" -preguntó Clara con los ojos llenos de esperanza.

"Sí, siempre y cuando pienses bien lo que deseas, ya que a veces lo que pedimos no es lo que realmente necesitamos."

Clara pensó un momento y dijo:

"Quiero que mi familia siempre tenga comida en la mesa."

Una moneda dorada brilló intensamente y, al caer al suelo, se convirtió en un cesto rebosante de frutas y pan. Clara sonrió, pero de repente, su sonrisa se desvaneció.

"Pero... ¿qué pasará con los demás?" -preguntó.

Don Juan se inclinó hacia ella y dijo:

"Esa es la clave, Clara. Cuando pedimos, debemos pensar también en los demás. Los deseos son más poderosos cuando se comparten. ¿Por qué no pides un deseo que haga feliz a todos en el pueblo?"

Clara reflexionó y decidió pedir algo más grande:

"Quiero que todos los niños del pueblo tengan comida y juguetes para jugar juntos."

Las monedas se iluminaron y comenzaron a girar en círculos, y de pronto, el aire se llenó de risas y colores. En un instante, apareció un gran parque con mesas de picnic repletas de comida deliciosa, y en el centro, una enorme montaña de juguetes. Todos los niños del pueblo comenzaron a llegar, asombrados y emocionados.

"¡Qué maravilla!" -exclamó uno de los niños, y todos comenzaron a jugar juntos.

Don Juan sonrió.

"¿Ves, Clara? No solo tú eres feliz, sino que también haces felices a otros. Así es como la magia realmente brilla."

La niña se dio cuenta de algo valioso: compartir trae alegría. En ese momento, decidió que cada vez que una moneda voladora aparecía, todos iban a compartir su deseo. Y así, los niños del pueblo comenzaron a soñar en grande, pidiendo cosas que beneficiaran no solo a ellos, sino a toda la comunidad.

Con el tiempo, los deseos de los niños fueron creando un pueblo lleno de felicidad y unión. Don Juan, aunque no necesitaba más riquezas, disfrutaba ver cómo la bondad andaba de la mano con la magia de su castillo.

Y así, cada vez que las monedas voladoras aparecían, se llenaban de risas, juegos y la promesa de que siempre, al final del día, la verdadera felicidad radica en compartir y cuidar de los demás.

Desde ese entonces, el Castillo de las Monedas Mágicas y sus voladoras se convirtieron en un símbolo de unión para todos. Don Juan y Clara se hicieron grandes amigos, y juntos enseñaron a los niños una valiosa lección: "Los deseos son más brillantes cuando se hacen en comunidad."

FIN.

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