El Castillo de los Sueños
Había una vez en un reino lejano, un castillo brillante, rodeado de campos llenos de flores de todos los colores. Este castillo era el hogar de una hada llamada Lira, que velaba por la paz y la armonía del lugar. Era conocida por su risa contagiosa y su capacidad para hacer crecer las flores más hermosas. Sin embargo, había un problema: un feroz dragón llamado Drago había tomado residencia en una montaña cercana, asustando a todos los habitantes del reino.
Un día, mientras Lira estaba en su jardín, escuchó a los niños del pueblo hablar en voz baja sobre Drago.
"¿Cómo podemos acercarnos a la montaña sin que el dragón nos eche fuego?" - preguntó un niño preocupado.
"Me encantaría hacerle una visita, pero..." - dijo una niña temiendo la respuesta.
Lira, escuchando esto, decidió que no podía permitir que el miedo gobernara el reino. Entonces, se acercó a ellos y les dijo:
"Chicos, no hay que tener miedo. El dragón bien podría ser un amigo, si solo encontramos la manera de comunicarnos con él."
Los niños la miraron intrigados. Sabían que las hadas eran mágicas, pero nunca pensaron que podría ser posible hacer amigos con un dragón.
"Pero, ¿cómo lo hacemos?" - preguntó la niña con voz temblorosa.
"Voy a necesitar su ayuda. Recogeremos rosas de este jardín y haremos una ofrenda para Drago. Las flores siempre hablan el lenguaje de la paz y el amor. Es una forma de mostrar nuestra buena voluntad."
Los niños asintieron con entusiasmo, recolectando las mejores rosas que podían encontrar. Lira, con su magia, les hizo volar hasta la ladera de la montaña donde vivía Drago.
Al llegar, se encontraron con la cueva del dragón. Era enorme, y la sombra de su figura parecía espeluznante. Lira se adelantó con las rosas.
"¡Oh, Drago! Venimos en son de paz. Hemos traído estas flores como una ofrenda. No queremos pelear, solo queremos conocerte."
La cueva resonó con un profundo ruido que hizo temblar el suelo. El dragón apareció, su gran cola arrastrándose detrás de él.
"¿Quiénes son estos intrusos?" - dijo Drago con voz retumbante.
Lira, valiente, contestó:
"Solo somos amigos que queremos entenderte. No queremos que asustes al pueblo. Por eso hemos traído estas rosas."
Drago se quedó en silencio, mirando las flores. Se acercó y olfateó su dulce fragancia.
"¿Acaso me consideran un monstruo?" - preguntó, algo triste.
Lira sintió que había un gran malentendido.
"No, Drago. Solo te conocen como una bestia porque tienen miedo. Nadie tomó el tiempo para hablar contigo. ¿Por qué asustas a los demás?"
"Porque estoy triste y solo. La gente al verme vuela asustada. Solía tener amigos, pero un día... ya no vinieron más."
En ese momento, los niños se acercaron, dejando las flores en el suelo.
"¡Nosotros queremos ser tus amigos!" - gritaron con entusiasmo.
Drago miró sorprendido. Era la primera vez que alguien le ofrecía amistad. Decidió dar una oportunidad a estos valientes niños y a Lira.
"¿Realmente estarían dispuestos a jugar conmigo?" - preguntó, con un brillo de esperanza en sus ojos.
"¡Sí! Sería genial!" - exclamaron los niños.
Desde aquel día, Drago dejó de ser un dragón temido y se convirtió en el protector del reino. Jugaba con los niños en el jardín, ayudaba a Lira a cuidar las flores y hasta enseñaba a volar. Todos aprendieron que muchas veces, lo que parece aterrador puede ser solo un amigo en espera de un gesto amable.
Así, el reino brilló más que nunca, lleno de risas, amistad y, por supuesto, flores hermosas.
Y así, Lira, Drago y los niños vivieron felices en ese maravilloso reino donde nunca hubo más miedo, solo amor y amistad. Y siempre recordaron que a veces, un simple gesto puede cambiar el curso de la historia.
FIN.