El Castillo del Saber



Era un día soleado en el pequeño pueblo de La Colina, donde se encontraba un mágico lugar conocido como el Castillo del Saber. Este castillo no era solo un imponente edificio de piedras antiguas, sino un espacio donde los niños se reunían para aprender y divertirse. Cada semana, un grupo de amigos se congregaba allí: Kleyman, Iker, Aaron, Sara, Luciana, Álvaro, Oscar, Samuel Betancurt, Charlotte, Nicolás, Ana Sofía, Samuel García, Camila, Samuel Marmolejo y Celeste.

Un día, mientras exploraban una de las torres del castillo, encontraron un viejo libro cubierto de polvo. Luciana, curiosa como siempre, lo tomó y lo abrió.

"¿Qué les parece si leemos un poco?" - dijo con entusiasmo.

Sara se asomó por encima del hombro de Luciana.

"¿Qué dice?" - preguntó intrigada.

"Habla de un tesoro perdido en el castillo", contestó Luciana.

El grupo se miró, entusiasmado.

"¡Vamos a buscarlo!" - exclamó Nicolás.

Con esa idea se pusieron a preparar una búsqueda del tesoro. Se dividieron en grupos: Iker, Ana Sofía y Samuel Betancurt se encargarían de las habitaciones del primer piso. Camila, Aaron y Álvaro investigarían la biblioteca, mientras que Sara, Kleyman, Oscar, Charlotte, Samuel García, Samuel Marmolejo y Celeste explorarían los pasillos del segundo piso.

Con cada rincón que exploraban, se encontraban con pistas que les llevaban a resolver acertijos y a descubrir más sobre la historia del castillo. Un acertijo los llevó a la sala del trono. Cuando llegaron, un fresco en la pared captó su atención.

"¡Miren! Esto parece un mapa" - dijo Samuel García, señalando una imagen del castillo con marcas en varios lugares.

"¡Ese es el mapa del tesoro!" - afirmó Álvaro, emocionado.

Decidieron seguir el mapa, que los guiaba a un misterioso jardín detrás del castillo. Allí, cubierto por enredaderas y flores, encontraron un cofre dorado.

"No puedo creer que lo hayamos encontrado" - gritó Kleyman.

Cuando abrieron el cofre, su corazón se llenó de emoción. Sin embargo, en lugar de monedas de oro, encontraron toneladas de libros, cuadernos de dibujos y juegos de mesa. A su lado, había una nota que decía:

"El verdadero tesoro es el conocimiento. Aquí tienen herramientas para seguir aprendiendo y divirtiéndose juntos."

Los niños se miraron sorprendidos.

"No hay oro, pero esto es aún mejor," - dijo Iker, acariciando uno de los libros.

"Sí, podemos aprender un montón con esto," - añadió Charlotte, YA imaginando las historias que leerían.

Desde ese día, el Castillo del Saber se convirtió en su lugar favorito no solo para jugar, sino también para leer y compartir conocimientos. Se organizaron competencias de lectura, debates sobre historias y hasta crearon un club de ciencias.

Los amigos entendieron que el verdadero valor no estaba en el tesoro material, sino en el poder de aprender juntos y compartir cada aventura.

Con el paso del tiempo, el Castillo del Saber se llenó de risas, creatividad y amistad, donde cada uno estaba dispuesto a ayudar al otro con sus fortalezas, y a escuchar y aprender de las diferencias.

Un día, mientras se preparaban para una nueva actividad de ciencias, Celeste levantó la mano.

"Me encantaría que este lugar sirva también para ayudar a otros niños a aprender, así que podríamos organizar talleres" - sugirió.

Todos estuvieron de acuerdo y comenzaron a planear cómo invitar a otros chicos del pueblo. Así, el Castillo del Saber se transformó en un centro de aprendizaje comunitario.

El grupo de amigos se convirtió en un ejemplo para todos, demostrando que el conocimiento y la amistad son el mejor tesoro que se puede encontrar en la vida.

FIN.

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