El Castillo Encantado de Marisa la Reina



En un pequeño reino, rodeado de verdes praderas y dragones amistosos, se alzaba un majestuoso castillo que todos los habitantes conocían y amaban. Su moradora era Marisa, la reina más bondadosa y justa del mundo. Codiciada por su sabiduría, Marisa pasaba horas en su inmenso jardín real, conversando con los pájaros y dirigiendo el crecimiento de las flores que siempre estaban en plena floración.

Un día, mientras caminaba por el jardín, Marisa escuchó un susurro.

"¡Marisa! ¡Marisa!" - decía una voz suave, como la brisa del viento.

Marisa, intrigada, siguió el sonido hasta un arbusto lleno de flores de colores brillantes.

"¿Quién está ahí?" - pregunto con curiosidad.

De entre las ramas salió un pequeño duende, apenas más grande que una ardilla, con una gran sonrisa y alas que centelleaban.

"Soy Dimi, el duende guardián del bosque encantado. Necesitamos tu ayuda, Reina Marisa. Desde que el hechizo fue lanzado sobre nuestro hogar, los animales no pueden jugar y las flores ya no crecen."

La reina Marisa miró al duende con firmeza y generosidad.

"¡No te preocupes, Dimi! Haré todo lo que pueda para ayudar. ¿Cómo puedo romper el hechizo?"

"Solo hay una manera: debes llegar al centro del bosque a la medianoche y encontrar la piedra mágica que guarda la alegría de todos los seres mágicos. Pero ten cuidado, la bruja Zafira ronda por ahí y no le gusta que la interrumpan."

Marisa sintió un escalofrío, pero su determinación la impulsó hacia adelante.

"Entonces, partimos ahora mismo. ¡No podemos dejar que esto continúe!"

Dimi hizo un gesto con su mano y de repente, un pequeño corcel apareció, con una brillante melena que parecía hecha de estrellas. Subieron al caballo y se dirigieron al bosque, donde los árboles eran tan altos que parecían tocar el cielo.

Al llegar, el bosque brillaba bajo la luz de la luna llena. Justo cuando pensaban que todo estaba tranquilo, un estruendo resonó entre los árboles.

"¿Quién se atreve a invadir mi bosque? !" - retumbó una voz profunda.

Marisa, sin dudarlo, se adelantó.

"Soy la reina Marisa y he venido a liberar la alegría de estos bosques encantados. No queremos problemas, solo deseamos encontrar la piedra mágica."

Del fondo, apareció la bruja Zafira, su cabello azul flotando como nubes tormentosas.

"¿Y por qué debería dejarte pasar? Ninguno de ustedes agradables seres merecen mi ayuda."

Marisa respiró hondo. Sabía que debía ser valiente.

"Entiendo tu frustración, Zafira, pero si sigues así, nadie jugará nunca más. La felicidad está hecha para ser compartida. ¿Qué te haría feliz a ti?"

La bruja se quedó quieta, sorprendida por la bondad de la reina.

"No se trata solo de mí, sino de la soledad que siento desde que me alejé de los demás. Estaba cansada de ser ignorada..."

Marisa sonrió y dio un paso hacia ella.

"En lugar de vivir así, ¿por qué no te unes a nosotros? Podemos compartir la alegría, crear diversión y color juntos. Te prometo que tendrás tu lugar en el reino si así lo deseas."

Zafira contempló a la reina y sintió un destello en su corazón. Más que una piedra mágica, lo que necesitaba era amistad y comprensión.

"Está bien, pero quiero ver la alegría de mis poderes, no hay lugar en este mundo para la tristeza.

Los tres, ahora unidos, fueron al centro del bosque y encontraron la piedra mágica. Marisa, en un acto de generosidad, levantó la piedra y, al hacerlo, un destello de luz llenó el área, uniéndolos en un hermoso aura donde la alegría rebosaba.

"¡Lo logramos!" - gritó Dimi con alegría.

Zafira, sonriendo, sintió por primera vez el calor de la amistad. Juntos, regresaron al castillo, donde Marisa ofreció a Zafira un lugar entre ellos.

Desde ese día, el castillo encantado se llenó de risas, colores vibrantes y flores que florecían más que nunca. Zafira se convirtió en la guardiana de las celebraciones del reino, y todos aprendieron que la verdadera magia se encuentra en compartir y en la bondad que llevamos dentro.

Y así, la reina Marisa y sus nuevos amigos vivieron felices, recordando siempre, que la alegría está hecha para ser compartida.

"Gracias, Reina Marisa. La felicidad es mucho más brillante cuando la vivímos juntos" - dijo Zafira mientras una lluvia de estrellas iluminaba el cielo del reino.

"Así es, querida Zafira. ¡Siempre habrá un lugar en nuestro corazón para ti!" - respondió Marisa con una sonrisa, mientras el reino disfrutaba de su amistad.

FIN.

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