El Ceibo de Ayabaca



En una encantadora tarde de sol en Ayabaca, un niño llamado Tomás se encontraba jugando cerca de la hermosa carretera que lleva hacia las montañas. Un día, mientras exploraba la zona, su mirada se posó en un impresionante ceibo que se alzaba cerca de su casa, con sus flores rojas brillando como soles. Pero, lo que Tomás no sabía es que ese ceibo era mágico.

Un venado curioso se acercó al niño.

- Hola, Tomás, - dijo el venado con voz suave. - Soy un venado mágico y he venido a buscarte. Este ceibo tiene un secreto que me gustaría que descubras.

Tomás, asombrado, apenas pudo contener la emoción.

- ¡Un venado que habla! ¿Qué secreto es ese?

- El ceibo nos tiene que llevar a un lugar muy especial, pero necesita tu ayuda. La magia no funciona si no estamos juntos. - explicó el venado.

Tomás sonrió y decidió seguir al venado hasta el ceibo. Mientras se acercaban, el viento comenzó a soplar y las flores del ceibo empezaron a brillar intensamente. De repente, el ceibo se iluminó completamente, formando una puerta de luz.

- ¡Entrá, Tomás! - dijo el venado mientras saltaba a través de la puerta.

Tomás, entusiasmado pero un poco nervioso, lo siguió. Al atravesar la puerta, se encontraron en un bosque lleno de árboles y ríos de colores. Todo era tan vibrante que parecía un sueño. Sin embargo, lo que más llamó la atención de Tomás fue un hermoso nevado que se alzaba en la distancia, reflejando el sol en sus picos.

- ¿Dónde estamos? - preguntó Tomás, sin poder dejar de girar la cabeza para observar todo.

- Este es el Reino del Ceibo. Un lugar donde los sueños nacen y se hacen realidad. Pero hay un problema... - explicó el venado, su expresión cambiando de alegría a preocupación.

- ¿Qué problema? - inquirió Tomás.

- En el camino hacia el nevado, hay un auto atascado. Sin su ayuda, el nevado no podrá compartir su magia con los corazones del mundo, y la primavera se enfriará para siempre. - dijo el venado con un tono sombrío.

Tomás se sintió importante, a pesar de su corta edad. Quería ayudar.

- ¿Qué podemos hacer? - preguntó decidido.

- Necesitamos encontrar una manera de despejar la carretera. - respondió el venado. - Primero, tenemos que reunir algunas plantas mágicas. Vamos a recogerlas juntos.

Juntos, exploraron el mágico bosque, recolectando plantas que brillaban con luces de colores. Cada vez que Tomás recogía una, escuchaba susurrar: “¡Juntos somos fuertes! ”

Cuando terminaron, el venado condujo a Tomás a una parte más profunda del bosque, donde la carretera aparecía ante sus ojos, llena de obstáculos.

- ¡Mirá! - gritó el venado señalando un auto gris que estaba atascado entre un montón de ramas.

Tomás se apresuró hacia el auto y, a través de su ventana, vio a una familia preocupada dentro.

- ¡Hola! - exclamó Tomás. - Estamos aquí para ayudar.

- Gracias, pequeño. - dijo la madre desde el asiento del conductor. - No sabemos cómo salir de aquí.

Juntando toda su valentía, Tomás se sentó frente al volante.

- Podemos empujar el auto mientras tú aceleras. - sugirió.

La familia sonrió con esperanza.

- Está bien, ¡hagámoslo! - dijo el padre y, aunque no era fácil, empujaron juntos.

Lentamente, el auto comenzó a moverse, y con los esfuerzos del venado y Tomás, finalmente salió de la trampa de ramas. La familia agradeció con abrazos y sonrisas, se instalaron nuevamente, pero esta vez con un brillo especial en sus ojos.

- ¡Lo hicimos! - gritó Tomás emocionado.

Pero entonces, algo inesperado sucedió. Las plantas mágicas que habían recolectado empezaron a brillar intensamente y, a su alrededor, el nevado comenzó a despertar. Con cada destello, la primavera empezaba a florecer nuevamente.

- ¡El nevado ha recuperado su magia! - exclamó el venado.

Tomás no podía creer lo que veía. Las flores comenzaban a brotar en cada rincón, y un cálido resplandor llenó el aire.

- Todo fue gracias a tu valentía y tu voluntad de ayudar. - dijo el venado. - Ahora, el ceibo siempre estará contigo, recordándote que juntos podemos lograr cualquier cosa.

Tomás sonrió, sintiendo su corazón lleno de alegría. Cada acción cuenta, y cuando trabajamos juntos, ¡somos capaces de cambiar el mundo!

Al regresar al ceibo, el niño parecía más grande, con los ojos llenos de sueños, sabiendo que siempre llevaría esa magia en su corazón.

Desde ese día, Tomás no sólo soñó con aventuras, sino que se convirtió en un pequeño héroe de Ayabaca, recordando a todos que la magia está en cada acto de bondad, y que juntos, siempre podemos hacer del mundo un lugar mejor.

FIN.

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