El Cerro de los Dulces Amigos


Había una vez en la pequeña ciudad de Palpa, un grupo de amigos llamados Lucas, Martina y Tomás. Ellos eran curiosos y aventureros, siempre buscando nuevas emociones en su querido pueblo.

Un día, mientras caminaban cerca del cerro pinchango, escucharon una leyenda sobre él. Se decía que cuando era luna llena, el cerro cobraba vida y tenía el poder de endulzar a cualquiera que estuviera por ahí.

Los niños se emocionaron mucho al enterarse de esto y decidieron investigar más. "¡Vamos al cerro pinchango esta noche! Quiero comprobar si es verdad lo que dicen", exclamó Lucas entusiasmado. "Sí, ¡será una gran aventura! Pero debemos tener cuidado", advirtió Martina.

Así que esa noche, los tres amigos se encontraron a escondidas y comenzaron su travesía hacia el cerro mágico. Caminaron con cautela mientras la luz de la luna iluminaba su camino. Al llegar a la cima del cerro, quedaron maravillados por lo que vieron.

El paisaje estaba lleno de árboles frutales: manzanos jugosos, naranjos dulces y hasta cerezos repletos de cerezas rojas como rubíes. Era un lugar mágico donde todo parecía posible. "¡Miren todas estas frutas deliciosas!", exclamó Tomás sorprendido.

Pero antes de que pudieran llevarse algo a la boca, apareció un duende travieso llamado Baltasar. "¡Hola niños! Bienvenidos al Cerro Pinchango", dijo el duende con una sonrisa traviesa en su rostro. "¿Eres tú quien endulza a todos aquí?", preguntó Martina emocionada.

Baltasar asintió y les explicó que solo aquellos que eran verdaderamente amables y generosos podían probar las frutas del cerro mágico. Los niños se miraron entre sí, sabiendo que debían demostrar sus mejores cualidades.

Durante toda la noche, Lucas, Martina y Tomás ayudaron al duende Baltasar a cuidar el cerro pinchango. Regaron los árboles, recogieron las frutas caídas y compartieron su merienda con los animales del lugar. Al amanecer, el cerro comenzó a brillar intensamente.

Era un espectáculo maravilloso lleno de colores y luces brillantes. El duende Baltasar estaba muy contento con la ayuda de los niños y decidió recompensarlos por su bondad.

"¡Por ser tan buenos amigos del cerro pinchango, podrán comer todas las frutas que quieran!", exclamó emocionado Baltasar. Los tres amigos se acercaron a uno de los manzanos jugosos y tomaron una manzana cada uno. Al darle un mordisco, sintieron cómo la dulzura inundaba sus paladares.

Nunca antes habían probado algo tan delicioso como aquellas frutas mágicas. Desde ese día en adelante, Lucas, Martina y Tomás aprendieron una valiosa lección sobre la importancia de ser amables y generosos.

Comprendieron que no solo es importante disfrutar de las cosas buenas para uno mismo sino también compartirlas con los demás. Y así, el cerro pinchango se convirtió en un lugar especial para los niños de Palpa.

Cada luna llena, Lucas, Martina y Tomás regresaban al cerro mágico para disfrutar de las maravillosas frutas y recordar la importancia de la bondad. Fin.

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