El Cerro de los Siete Colores
En un pequeño pueblo llamado Purmamarca, donde las montañas se alzaban como gigantes guardias, dos amigos inseparables, Mateo y Lucía, soñaban con darle un poco de color y alegría a su hogar.
"Mirá cómo se ve el cerro, siempre tan gris y triste", dijo Mateo un día mientras observaban la imponente montaña desde la plaza del pueblo.
"Es cierto, Mateo. ¿Y si le ponemos un poco de color?" respondió Lucía con una chispa en los ojos.
Así nació la idea. Al día siguiente, se despertaron temprano y comenzaron a recaudar pintura con la ayuda de los vecinos:
"Si cada uno nos trae algo de pintura, podemos hacerlo", sugirió Lucía.
"¡Sí! Tengo una caja llena de brochas en casa", contestó Mateo emocionado.
Con la ayuda de todos, pudieron conseguir azul, rojo, amarillo, verde, naranja, violeta y rosa. El plan estaba listo, y así empezaron su gran aventura de pintar el cerro durante siete días.
El primer día, eligieron el color azul:
"¡Vamos, a pintar!" gritó Lucía mientras llenaban la montañita con suaves pinceladas.
"Mirá, se ve como el cielo", dijo Mateo orgulloso, mientras el cerro se vestía de azul brillante.
Al día siguiente, el rojo fue el elegido y cubrieron el cerro con la pasión de sus corazones. Pero al tercer día todo se complicó:
"¡Mateo, no hay suficiente verde!" exclamó Lucía angustiada.
"No importa, podemos mezclarlo. ¡Hagamos un verde con el amarillo!" sugirió Mateo.
Unidos y llenos de ideas, la mezcla funcionó, y el verde se extendió por el cerro. El cuarto día llegó, y el sol brillaba más que nunca mientras ellos pintaban con un vibrante naranja.
Pero en el quinto día, una tormenta se desató, y se desvanecieron sus colores a la vista de todos.
"Esto es un desastre", dijo Lucía con lágrimas en los ojos.
"No, no te preocupes. Es solo un contratiempo. ¡Agarremos lo que podamos y pintemos bajo la lluvia!" animó Mateo.
Así lo hicieron, y aunque la lluvia desdibujó su trabajo, también formó un hermoso arcoíris que surge en el horizonte.
El sexto día, decidieron no rendirse y pintaron con un violeta intenso. Y finalmente, el séptimo día, un rosa suave para culminar su obra.
Cuando terminaron, miraron el cerro, y sonrieron al ver que ahora se veía mágico, lleno de colores vibrantes que nunca antes había tenido. Sin embargo, a medida que la gente del pueblo venía a admirar su trabajo, algo sorprendente sucedió.
"¡Es hermoso!" gritó un vecino.
"¿Vieron? ¡Nuestro cerro ahora refleja nuestra alegría!" comentó otro.
El cerro de los siete colores se convirtió en un símbolo de unidad y alegría para el pueblo de Purmamarca. Los niños aprendieron que, aunque existan obstáculos, siempre se puede encontrar una solución si se trabaja juntos.
Así que el cerro no solo fue pintado, sino que también nació una comunidad unida y llena de color, cada uno aportando su pedacito para que el sueño de Mateo y Lucía no solo fuera suyo, sino de todos los corazones de Purmamarca.
FIN.