El Cesto de la Amistad



Era un día soleado en el parque más hermoso del barrio. Los árboles estaban llenos de hojas brillantes y las flores adornaban los senderos. Lucas, un niño de diez años, estaba jugando a la pelota con sus amigos, cuando de pronto, vio un cesto de basura muy lleno al costado del camino.

- ¡Mirá, el cesto está repleto! – dijo Lucas riendo, mientras lanzaba la pelota a su amigo Mateo.

- Sí, y todos tiran la basura al lado. ¡Es un desastre! – respondió Mateo, mientras seguía la jugada.

Lucas rió, pero en su interior una idea comenzó a germinar. El juego continuó, pero al poco tiempo se sintió incómodo al ver el cesto rebalsando de cosas. Finalmente, decidió actuar.

- Chicos, ¿qué les parece si ayudamos a limpiar un poco? – propuso Lucas.

- Bah, es trabajo de los que cuidan el parque. ¡Vamos a seguir jugando! – respondieron algunos de sus amigos.

Pero Lucas no se rindió. Miró el cesto y notó que cada vez que alguien tiraba algo al suelo, el parque se veía más triste.

- Oigan, ¿no les gustaría que el parque luzca lindo para jugar? Si limpiamos, podemos hacer una competencia: quien más basura recoja gana un premio. – sugirió.

- ¡Buena idea! – exclamó Ana, que estaba escuchando de lejos. – ¿Cuál va a ser el premio?

- Un helado en la heladería de la esquina – dijo Lucas con una sonrisa.

- ¡Yo quiero! – gritó Mateo, y en un instante, todos los niños comenzaron a correr hacia el cesto de basura.

Mientras ellos recogían, Lucas notó que también había muchos papeles regados cerca de los bancos.

- Chicos, ¡hay más basura en los bancos! – gritó Lucas.

Todos se dispersaron para recoger más. Al final, el parque se llenó de risas y gritos de alegría mientras competían en recoger la mayor cantidad de basura.

Cuando terminaron, se dieron cuenta de que habían recogido tres bolsas grandes de residuos y que el cesto estaba casi vacío.

- ¡Lo logramos! – dijo Mateo, con los brazos en alto.

- Además, el parque se ve mucho mejor – agregó Ana.

Felicidad y orgullo llenaron sus corazones. Miraron a su alrededor: el parque brillaba como nunca.

- ¡Ahora a disfrutar del helado! – dijo Lucas entusiasmado.

Todos comenzaron a correr hacia la heladería, pero se detuvieron cuando cuatro niños más, que no conocían, se acercaron.

- ¿Qué hicieron? – preguntó uno de ellos al ver los residuos recogidos.

- Limpiamos el parque, ¡y lo seguimos haciendo todos los días! – dijo Lucas, con una sonrisa.

Los nuevos chicos miraron sorprendidos, lucían un poco avergonzados por no haber ayudado antes.

- ¡Nos gustaría ayudar! – dijeron casi a coro. – Es que no sabíamos que había tantos residuos.

- ¡Claro! Todos pueden ayudar – dijo Ana animadamente.

Después de disfrutar de su helado, los nuevos amigos se unieron al grupo y todos juntos pensaron en maneras para que más niños del barrio se sumaran a su causa. Así, poco a poco, formaron un equipo de limpieza que se reunió cada semana para cuidar y disfrutar del parque.

- Nunca pensé que un cesto de basura podría unirnos tanto – reflexionó Lucas un día.

- ¡Es cierto! – rió Mateo. – Y ahora, cada vez que vemos un cesto lleno, lo vaciamos juntos. ¡Como amigos!

Y así, el parque no solo se mantuvo limpio, sino que también se convirtió en el lugar donde todos los niños del barrio aprendieron la importancia de cuidar el entorno. Con el tiempo, el grupo se volvió famoso en la comunidad. Organizaron días de limpieza, fiestas en el parque y hasta hicieron carteles para recordar a los demás la importancia de cuidar la naturaleza.

- Miren lo que podemos lograr juntos – decía Lucas mientras jugaban y cuidaban el parque al mismo tiempo, rodeados de flores y risas.

Y así, desde aquel día, el parque no sólo era un lugar para jugar, sino también un símbolo de amistad y compromiso con el medio ambiente.

FIN.

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