El Chango Futbolista
Era una hermosa mañana en el parque del barrio donde vivía Mateo, un niño de diez años que adoraba el fútbol. El sol brillaba y los chirridos de los pájaros acompañaban el sonido de las pelotas que botaban en la cancha. Mateo y sus amigos estaban ensayando sus mejores jugadas cuando de repente, algo peculiar llamó su atención.
"¡Mirá!" gritó Mateo, señalando hacia un costado de la cancha.
Los demás niños miraron en dirección a donde apuntaba. ¡Un pequeño chango, con un mini balón de fútbol, estaba haciendo piruetas increíbles! Se movía ágilmente, driblando entre unas plantas y luego lanzando el balón hacia el aire como si fuera un jugador profesional.
"¿Qué hace un chango aquí?" preguntó Clara, la amiga más curiosa del grupo.
"¡No sé, pero juega mejor que muchos grandes!" respondió Mateo mientras se acercaban lentamente al chango.
Al acercarse, el chango miró a los niños y, para sorpresa de todos, hizo un gesto como si los invitara a jugar.
"¡No! ¿En serio? ¿Un chango quiere jugar con nosotros?" exclamó Nicolás, uno de los chicos más emocionados.
"¡Vamos, no se queden ahí!" dijo Mateo. Con un poco de timidez, se unieron al chango, quien los recibió con un salto y un grito alegre.
"¡Soy Chango Gómez! ¿Quién quiere jugar?" saltó el chango, moviendo sus patas con entusiasmo.
"Yo quiero jugar, yo!" gritó Mateo, sintiéndose feliz.
Y así, comenzó el partido más extraño y divertido que jamás habían tenido. El chango era hábil, hacía trucos y cada vez que metía un gol, daba vueltas en el aire y se reía de felicidad. Los demás niños empezaron a reírse y se olvidaron de que estaban jugando con un animal.
Sin embargo, en medio de la diversión, algo inesperado ocurrió: Chango Gómez comenzó a distraerse y a jugar con las hojas en lugar de con el balón.
"¡Chango! ¡Ven a jugar!" le gritó Clara.
"¿Por qué dejaste de jugar?" añadió Mateo.
El chango miró a los niños y, con una expresión de seriedad que no habían visto antes, dijo:
"A veces, me distraigo, pero eso me enseña que incluso mientras nos divertimos, hay que recordar el foco. ¡El fútbol es diversión, pero también hay que jugar en equipo y sin distracciones!"
Los niños quedaron boquiabiertos. Nunca habían pensado en el fútbol así.
"Tenés razón, Chango Gómez. A veces, cuando estamos jugando, nos olvidamos de que debemos concentrarnos y compartir el juego con todos", dijo Mateo mientras defendía el arco.
El chango entonces decidió mostrarles algunas técnicas de dribbling, y juntos empezaron a practicar.
"¡Vamos! ¡Deslúmbenme!" gritó el chango, riendo mientras veía a los niños intentarlo.
Pronto, el grupo estaba rodeando el balón, haciendo pases y trabajando en equipo, y no sólo eso, sino que aprendieron a escuchar y a coordinarse entre sí. De esta experiencia, el grupo forjó un vínculo único con el chango, y todos se sintieron más confiados en sus habilidades.
Al final de la tarde, el sol comenzaba a ocultarse y los niños se despidieron de Chango Gómez, quien les dijo:
" recuerda, la diversión está en jugar juntos. ¡Vuelvan pronto!"
Mateo y sus amigos se alejaron riendo y pensando en lo maravilloso que había sido conocer a un chango futbolista. Desde ese día, cada vez que se juntaban a jugar, recordaban que el fútbol no solo se trataba de hacer goles, sino de trabajar en equipo y disfrutar.
Y así nació una amistad especial entre un chico y un chango, que les enseñó a ver el juego de una manera nueva e inspiradora.
Los niños jamás olvidaron aquel día y a su amigo Chango Gómez, quien les enseñó algo más valioso que el fútbol: el poder de la comunidad y el respeto por cada uno, sea soñador o chango.
FIN.