El chico del árbol
Era un hermoso atardecer en el prado donde María, una niña de diez años, disfrutaba del suave murmullo de la naturaleza. La brisa acariciaba su rostro mientras contemplaba los colores del cielo mezclándose entre el naranja y el violeta. De repente, un ruido en el árbol la hizo levantar la vista. Para su sorpresa, en una de las ramas más altas, había un chico de su edad, con una gorra azul y una sonrisa traviesa.
- ¡Hola! - saludó el chico desde su improvisado asiento.
María, un poco asombrada, respondió:
- ¡Hola! ¿Qué estás haciendo ahí arriba?
- Estoy cuidando el atardecer. Es mi tarea especial - dijo el chico con una expresión de orgullo.
María se rió, intrigada.
- ¿Cuidar el atardecer? ¿Cómo se hace eso?
- Muy fácil. Solo hay que apreciar cada color y disfrutar del momento. - explicó el chico, moviendo sus piernas como columpio.
- ¡También yo lo hago! - exclamó María, sintiéndose conectada con él. - Pero no sabía que había un trabajo así.
- Bueno, yo llevo años practicándolo. Pero nadie me cree. La gente piensa que es sólo un juego de niños. - respondió el chico un poco triste.
María pensó en lo que acababa de escuchar. - Yo creo que es importante apreciar la belleza. Y si te gusta, ¡deberías seguir haciéndolo!
De repente, el chico se inclinó hacia adelante. - Mi nombre es Mateo, ¿y el tuyo?
- Soy María. - contestó ella. - ¿Por qué estás solo en el árbol?
- A veces necesito un lugar para pensar. Mis amigos no entienden lo que siento por la naturaleza y prefieren jugar a los videojuegos. - admitió Mateo, rascándose la cabeza.
María entendió lo que Mateo quería decir. - Eso suena complicado. Pero quizás puedas encontrar amigos que compartan tus intereses.
- ¿Como tú? - interrumpió Mateo, mirándola con optimismo.
- Claro, me encantaría venir aquí a mirar atardeceres contigo. - sonrió María.
Mateo, emocionado, se levantó un poco en la rama. - ¿Te gustaría hacer una competencia?
- ¿De qué? - preguntó María.
- A ver quién puede encontrar más colores en el atardecer. ¡El que encuentre más colores gana!
- ¡Me gusta la idea! - gritó María con entusiasmo. - Pero tengo que preparar mi estrategia. Me voy a anotar todos los colores que veo desde aquí mientras pienso.
Ambos se quedaron un tiempo observando juntos, disfrutando de la magia del atardecer. María anotaba en su cuaderno, mientras Mateo la animaba desde su rama.
- ¡Mirá! ¡Ese es un nuevo tono de naranja! - dijo María emocionada. Pero de repente, un fuerte viento hizo que un montón de hojas cayeran del árbol.
- ¡Cuidado! ¡Ven a ayudarme! - gritó Mateo, intentando no perder el equilibrio.
Sin pensarlo, María corrió hacia el tronco del árbol.
- ¡Agárrate fuerte! - le gritó mientras intentaba encontrar una forma de ayudarlo.
Y entonces, algo extraordinario pasó. Mientras intentaba estabilizar a Mateo, él perdió su gorra, que voló por el viento y cayó justo al lado de la flor más hermosa que había visto.
- ¡Lo tengo! - dijo María mientras le pasaba la gorra a Mateo. - A veces, lo que parece un problema, puede llevar a un momento bello.
Mateo sonrió. - Tenés razón. ¡Voy a cuidar de ese momento!
Finalmente, cuando el atardecer llegó a su fin, ambos se despidieron.
- Nos vemos mañana en el mismo lugar - acordaron, prometiendo compartir más colores y aventuras.
María regresó a casa con una gran sonrisa. Había hecho un nuevo amigo, y aunque a veces la soledad puede parecer pesada, siempre hay algo hermoso esperando ser descubierto en la naturaleza.
Esa noche, sus sueños estaban llenos de colores, amigos y atardeceres.
FIN.