El Chico Que Comparte Monedas
Había una vez en el pequeño pueblo de Villa Monedita, un chico llamado Mario. Mario era conocido por todos como "el Chico Que roba monedas", ya que siempre se las arreglaba para encontrar monedas por todas partes.
No importaba si estaban en el suelo, en los bolsillos de la gente o incluso en los rincones más escondidos del pueblo, Mario siempre conseguía encontrarlas.
Un día, mientras caminaba por la plaza del pueblo, Mario vio a un grupo de niños jugando con sus bicicletas nuevas. Le encantaría tener una bicicleta propia, pero sabía que no podría permitírsela. Entonces tuvo una idea brillante: usaría las monedas que había robado para comprar una.
Mario comenzó su búsqueda frenética de monedas por todo el pueblo. Registraba cada rincón y recoveco con la esperanza de encontrar suficiente dinero para comprar esa ansiada bicicleta. Sin embargo, cuanto más buscaba, menos monedas encontraba.
Desesperado y agotado después de horas de búsqueda infructuosa, decidió sentarse a descansar en un banco cerca del parque infantil. Fue entonces cuando escuchó a unos niños hablar sobre un tesoro escondido en el antiguo molino abandonado del pueblo.
Intrigado y emocionado por la posibilidad de encontrar ese tesoro, Mario decidió ir al molino al día siguiente. Llegó temprano por la mañana con su mochila lista para llenarla con todas las riquezas que pudiera encontrar.
Cuando entró al molino abandonado, quedó maravillado al ver montones y montones de monedas de oro y plata. Había monedas de todos los tamaños y colores, brillando bajo la luz del sol que se filtraba por las ventanas rotas. Mario no podía creer su suerte.
Por fin había encontrado un tesoro mucho más grande de lo que jamás hubiera imaginado. Pero en lugar de llenar su mochila con todas las monedas, decidió tomar solo unas pocas.
En ese momento, una voz resonó en el molino: "¿Por qué solo tomas unas pocas monedas cuando podrías llevarte todo el tesoro?". Mario miró a su alrededor, confundido. Y entonces vio a un anciano sentado en un rincón oscuro del molino.
"Soy el guardián del tesoro", dijo el anciano con una sonrisa amable. "He estado esperando a alguien como tú, alguien valiente y honesto". Mario se acercó al anciano con cautela y le preguntó por qué debería ser honesto si nadie más lo era.
El anciano suspiró y comenzó a contarle una historia: "Hace muchos años, este pueblo estaba lleno de personas codiciosas que solo pensaban en sí mismos. Robaban todo lo que podían sin importarles quién salía perjudicado".
"Un día, apareció un mago misterioso que les ofreció un trato: podrían tener todas las riquezas del mundo siempre y cuando fueran capaces de compartirlas con los demás sin egoísmo ni ambición desmedida". "Ninguno pudo cumplir ese trato", continuó el anciano.
"Y así fue como quedaron atrapados aquí para siempre como guardianes del tesoro, esperando a alguien lo suficientemente valiente y honesto como para merecerlo". Mario se quedó pensativo.
Se dio cuenta de que había estado equivocado todo este tiempo al robar las monedas de los demás sin pensar en las consecuencias. Ahora entendía que el verdadero valor no estaba en tener muchas monedas, sino en compartir y ayudar a los demás.
Decidió dejar la mochila con las pocas monedas que había tomado y prometió al anciano ser un chico honesto y generoso a partir de ese momento. Desde aquel día, Mario se convirtió en el Chico Que Comparte Monedas.
Ayudaba a los demás siempre que podía, ya sea donando dinero para causas benéficas o comprando regalos para sus amigos. Y aunque nunca tuvo su propia bicicleta, Mario encontró algo mucho más valioso: la amistad y el respeto de todos en Villa Monedita.
Aprendió que la verdadera riqueza no se encuentra en las monedas, sino en el corazón de una persona generosa.
FIN.