El Club de la Empatía



Había una vez en un pequeño barrio de Argentina, tres amigos muy especiales: El Mateo, Samara y Santiago. Siempre pasaban horas juntos jugando en la plaza, explorando el parque e inventando nuevas aventuras. Lo que más les gustaba era jugar a los superhéroes, pero no eran superhéroes cualquiera: eran los defensores de la empatía y la inclusión.

Un día, mientras jugaban, notaron que un nuevo chico se había mudado al barrio. Se llamaba Lucas, pero se quedaba solo en su casa, sin salir a jugar con los demás. Samara, con su corazón lleno de compasión, dijo:

"¿Por qué no vamos a invitarlo a jugar con nosotros? Seguro que le gustaría hacer nuevos amigos."

El Mateo pensó por un momento y respondió:

"Pero, ¿y si no quiere jugar con nosotros?"

Santiago, siempre optimista, agregó:

"Lo mejor que podemos hacer es intentarlo. A veces, las personas solo necesitan una oportunidad para formar parte de algo."

Así que los tres amigos se acercaron a la casa de Lucas. Samara fue la primera en tocar la puerta y, tras unos segundos, Lucas apareció con una expresión de sorpresa.

"Hola, soy Samara y estos son El Mateo y Santiago. Queríamos saber si querés venir a jugar con nosotros. Nos encantaría tenerte en nuestro grupo."

Lucas se quedó en silencio por un momento, un poco nervioso. No estaba acostumbrado a que lo invitaran a jugar. Miró hacia el suelo y murmuró:

"No sé... no tengo amigos aquí. Además, no sé jugar bien."

El Mateo se inclinó hacia él y dijo:

"¡No importa! Lo más importante es divertirnos juntos. Y si no sabes jugar a algo, nosotros te enseñamos. Eso es parte de la diversión."

Lucas se sintió un poco más cómodo al escuchar esas palabras y decidió aceptar la invitación. Juntos, fueron al parque y comenzaron a jugar a la pelota. Al principio, Lucas se mostraba algo tímido, pero poco a poco fue descubriendo que podía correr, reírse y dejarse llevar por la alegría del juego.

Mientras jugaban, Mateo notó que, en un rincón del parque, había otro chico, Joaquín, que miraba con ganas pero no se animaba a unirse.

- “¡Che, miren! ” – dijo el Mateo – “¿Por qué no vamos a invitar a Joaquín también? }

Samara miró a Lucas y le preguntó:

- “¿Te gustaría invitarlo? Creo que sería genial que más chicos se sumen.”

- “Sí, vamos a hacerlo.” – contestó Lucas, sintiéndose valiente.

Los cuatro se acercaron a Joaquín, quien estaba sentado solo en un banco.

"Hola, Joaquín. Somos Samara, El Mateo, Santiago y Lucas. ¿Querés venir a jugar a la pelota con nosotros? Creemos que sería más divertido."

Joaquín miró los rostros sonrientes de los nuevos amigos.

- “Me encantaría, pero nunca he jugado muy bien…”

Santiago, comprendiendo la preocupación, le dijo:

- “No te preocupes, todos empezamos en algún momento, ¡y lo importante es disfrutarlo! ¡Te ayudaremos a aprender!"

Poco a poco, Joaquín se unió al juego. El grupo se volvió cada vez más grande y divertido. Risas y goles llenaban el aire. A medida que corrían y jugaban, se dieron cuenta de que cada uno tenía algo especial que aportar.

Sin embargo, al final del día, un pequeño problema surgió. Mientras estaban atrapados en su juego, un chico del barrio, llamado Diego, se acercó con cara de enojo y les gritó:

"¿Qué hacen todos ustedes aquí? Este parque es mío y no pueden jugar sin mi permiso."

Los amigos, un poco asustados, se miraron entre ellos, pero El Mateo, recordando la importancia de la empatía, tomó la iniciativa.

- “¡Hola Diego! No quisimos ofender. Solo queríamos jugar y divertirnos todos juntos. ¿Te gustaría unirte? ”

Diego se quedó unos segundos en silencio. Luego, la curiosidad comenzó a brillar en sus ojos.

- “¿En serio? ¿Puedo jugar con ustedes? ”

- “Claro que sí. Cuantos más seamos, mejor nos divertiremos. ¡Ven! ” – exclamó Samara.

Diego, que se sentía solo y excluido, sonrió y se unió al juego. En ese momento, sintió una calidez en su corazón: no estaba fuera del juego, ahora era parte del grupo.

Al finalizar el día, los cinco chicos se sentaron en el césped, agotados pero felices. Lucas sonrió y dijo:

- “Hoy me siento muy feliz. Antes estaba solo, y ahora tengo amigos. ¡Estar juntos es lo mejor!"

Samara asintió con la cabeza:

- “Sí, y la amistad se trata de incluir a todos. Todos merecen ser parte de algo especial.”

- “¿Vamos a formar un club? ” – preguntó Santiago emocionado.

- “¡El Club de la Empatía! ” – gritó El Mateo. “Donde todos son bienvenidos. ¡Y siempre invitamos a jugar! ”

Y así, El Mateo, Samara, Santiago, Lucas y Diego no solo se convirtieron en amigos, sino también en defensores de la empatía. Desde ese día, se comprometieron a invitar a nuevos chicos a su juego, y el parque se llenó de risas, alegría y mucho compañerismo. Y así, gracias a su amabilidad, el barrio se transformó en un lugar donde todos se sentían incluidos, ¡y cada día era una nueva aventura!

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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