El club de lectura de Carolina


Había una vez una joven viuda llamada Carolina, quien era madre de una pareja de mellizos: Sofía y Mateo.

A pesar de haber pasado por momentos difíciles, Carolina siempre buscaba sacar lo mejor de cada situación y criar a sus hijos con amor y alegría. Carolina trabajaba como profesora de literatura en la escuela del pueblo. Era apasionada por los libros y disfrutaba compartir su amor por la lectura con sus alumnos.

Además, tenía dos mejores amigas que también eran profesoras: Valentina y Lucía. Juntas formaban un equipo inseparable. Un día, mientras las tres amigas disfrutaban de un café después del trabajo, surgió la idea de organizar un club de lectura para niños en el pueblo.

Querían fomentar el hábito de la lectura desde temprana edad y promover la imaginación y creatividad entre los más pequeños. Con entusiasmo, comenzaron a planificar el club de lectura.

Decidieron reunirse todos los sábados en el parque central del pueblo para contar historias emocionantes y divertidas a los niños. Invitaron a los esposos de Valentina y Lucía para que se sumaran al proyecto también. El primer sábado llegó lleno de expectativas.

Los padres llevaron a sus hijos al parque central donde encontraron a Carolina, Valentina, Lucía y sus esposos preparando todo para comenzar las historias. "¡Bienvenidos chicos! Hoy vamos a viajar por mundos mágicos", anunció Carolina mientras se sentaba frente al grupo expectante.

Comenzaron leyendo cuentos clásicos como "Alicia en el país de las maravillas" o "Peter Pan". Los niños escuchaban atentamente, con los ojos brillantes de emoción. Luego de la lectura, se les animaba a compartir sus ideas y pensamientos sobre la historia.

Con el paso del tiempo, el club de lectura se volvió muy popular en el pueblo. Cada sábado, más y más niños se sumaban para disfrutar de las historias contadas por Carolina y sus amigas.

Un día, mientras estaban reunidos en el parque central, un hombre misterioso se acercó al grupo. Tenía una barba larga y blanca como la nieve. "Me llamo Don Ernesto", dijo sonriendo.

"He escuchado hablar mucho sobre su club de lectura y me encantaría colaborar". El grupo lo recibió con entusiasmo y le dieron un lugar especial para que compartiera sus propias historias con los niños.

Don Ernesto tenía una imaginación desbordante y siempre sorprendía a todos con relatos llenos de aventuras fantásticas. Pero un día ocurrió algo inesperado: Carolina perdió su voz repentinamente. No podía hablar ni siquiera un susurro. El grupo estaba preocupado por ella, pero Carolina no dejó que eso la detuviera.

Decidió comunicarse mediante lenguaje de señas para seguir contando historias a los niños del club de lectura. Valentina, Lucía y Don Ernesto aprendieron rápidamente cómo interpretar las señales que Carolina hacía con las manos.

La noticia corrió rápidamente por el pueblo, y cada vez más personas comenzaron a asistir al parque central para ver cómo Carolina narraba cuentos sin pronunciar una sola palabra. Los niños quedaban maravillados al ver cómo Carolina se expresaba con tanto amor y pasión a través del lenguaje de señas.

Aprendieron a valorar la importancia de la comunicación, incluso cuando las palabras no están presentes. El tiempo pasó y la voz de Carolina regresó tan misteriosamente como había desaparecido.

El pueblo celebró su recuperación con alegría, pero todos reconocieron el coraje y la determinación que mostró durante ese período difícil. El club de lectura continuó creciendo, inspirando a los niños a leer más y más libros.

La magia de las historias unió aún más al pueblo y creó un ambiente de amistad y aprendizaje para todas las generaciones. Carolina, Valentina, Lucía y Don Ernesto siguieron contando cuentos cada sábado en el parque central del pueblo.

Juntos, demostraron que el amor por la literatura puede superar cualquier obstáculo y dejar una huella imborrable en los corazones de quienes lo comparten.

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