El Club de los Amigos Solidarios
En un pequeño barrio, rodeado de árboles y alegría, vivía un niño llamado Lucas. Lucas era un niño aventurero, siempre con una sonrisa en la cara y una gran idea en mente. Un día, mientras jugaba en el parque con sus amigos, vio a una niña llorando en un rincón.
- ¿Por qué llorás? - le preguntó Lucas, acercándose a ella.
- Se llama Valentina y no puede encontrar su muñeca - respondió uno de sus amigos, Tomás.
Lucas miró a su alrededor y vio que el parque estaba lleno de escondites donde pudo haber caído la muñeca.
- No te preocupes, Valentina. ¡La vamos a encontrar! - exclamó Lucas entusiasmado, y sus amigos se unieron a él.
- ¿Cómo? - preguntó Valentina, secándose las lágrimas.
- Crearemos el Club de los Amigos Solidarios. ¡Nosotros nos ayudaremos entre todos! - dijo Lucas con convencimiento.
Así, los niños comenzaron a buscar en los arbustos, debajo de los bancos y entre las hojas caídas. Pero pasaba el tiempo y no encontraban la muñeca.
- Tal vez deberíamos dividirnos - sugirió Ana, otra amiga de Lucas.
- Esa es una buena idea. ¿Cuántos grupos hacemos? - preguntó Tomás.
- ¡Dos! Yo voy con Lucas y Ana se queda con Valentina - propuso Sofía, siempre dispuesta a ayudar.
Así fue como se dividieron para buscar más eficientemente. Cada grupo se aventuró por diferentes partes del parque, llamando a la muñeca mientras buscaban.
- ¡Mira! ¿Vista de chica o visión de águila? - dijo Ana, señalando un lugar donde habían visto algunas flores brillantes.
Los amigos se acercaron y, para su sorpresa, allí estaba la muñeca de Valentina, atrapada entre dos ramas.
- ¡La encontramos! - gritaron todos al unísono.
Valentina corrió hacia ellos, emocionada.
- ¡Gracias, chicos! ¡No saben lo feliz que me hacen! - exclamó, abrazando su muñeca nuevamente.
- No fue solo mérito nuestro. Fue por la solidaridad de todos - dijo Lucas, sintiéndose orgulloso. - ¡Ahora somos un verdadero club!
Desde aquel día, el Club de los Amigos Solidarios no solo se dedicó a ayudar a Valentina, sino que también organizó juegos para juntar comida para aquellos que no tenían, ayudaron a limpiar el parque y hasta pintaron murales en la escuela.
- Juntos somos más fuertes - decía Lucas, mientras los demás asintieron con la cabeza.
Ellos habían descubierto que la verdadera aventura era ser solidarios y ayudar a los demás.
Al finalizar cada día, el parque siempre estaba lleno de risas, música y el grito de un niño que decía:
- ¡Una mano ayuda a otra!
Y así, el Club de los Amigos Solidarios se volvió un ejemplo en el barrio, demostrando que en la vida, siempre hay tiempo para ayudar a quienes lo necesitan.
FIN.