El Club de los Diferentes



En un pequeño pueblo llamado Diversilandia, había un grupo de niños que se juntaban en el parque después de la escuela. Todos ellos eran diferentes, cada uno con sus propios gustos, formas de ser y hasta colores de cabello. Sin embargo, lo que más les unía era que se aceptaban tal como eran.

Un día, mientras jugaban a las escondidas, Leo, un niño con una curiosidad inquebrantable, se paró sobre una piedra y dijo:

"¿Por qué no formamos un club de los diferentes? ¡Podemos mostrarle a todos que está bien ser únicos!"

Los demás se miraron, intrigados.

"¿Cómo sería ese club?" preguntó Lila, una niña de cabello rizado que siempre traía una diadema brillante.

"Podemos llevar nuestras cosas favoritas y hacer actividades que reflejen nuestras diferencias, así todos podrán aprender de nosotros", propuso Leo con entusiasmo.

"¡Me encanta la idea!" dijo Benjamín, que siempre llevaba su guitarra.

Y así, decidieron crear el Club de los Diferentes. Cada uno traería algo especial para compartir.

El primer encuentro sería en la casa de Lila. Cuando llegó el gran día, estaba muy nerviosa. ¿Y si a los demás no les gustaba su idea de crear collages con flores? Cuando todos llegaron, Leo llevó su colección de insectos; Sofía trajo su arte de origami; y Benjamín, su guitarra para cantar.

"¡Vamos a disfrutar! Ser diferentes es lo que hace que cada uno sea especial", dijo Sofía con una sonrisa.

Sin embargo, no todo fue fácil. En medio de la diversión, un nuevo niño llegó al parque. Se llamaba Max y tenía miedo de acercarse. Miraba desde afuera y decía:

"No sé si debería entrar... tal vez no me quieran porque tengo las muñecas puestas en los brazos. Todos juegan al fútbol y a mí no me gusta..."

Leo lo vio y gritó:

"¡Hey! Vení, ya estamos jugando. No necesitas saber jugar al fútbol, ¡tenemos cosas bastante diferentes para hacer juntos!"

Max dudó pero, al ver la sonrisa sincera de Leo, decidió acercarse.

"Pero, ¿y si no les gusto?"

"Nadie es igual y eso es genial. Te invitamos a mostrar lo que te gusta. Aquí todos son bienvenidos", dijo Sofía.

Max sonrió y decidió unirse. Al principio estaban un poco nerviosos, pero juntos transformaron el encuentro en una fiesta de talentos. Max propuso jugar a contar historias, donde cada uno debía contar algo que le apasionara.

"Yo puedo contar sobre las cosas que encuentro en la naturaleza, ¡las piedras!" dijo Max.

"¡Sí! Me encantaría escuchar sobre tu colección!", exclamó Lila, emocionada.

A medida que avanzaba la tarde, Max se dio cuenta de lo divertido que podía ser compartir pasiones. Todos se turnaron para hablar, mostrando que cada uno tenía algo válido y especial que aportar.

Al final, Leo tuvo una gran idea:

"¡Hagamos un espectáculo!"

Todos aplaudieron mientras se organizaban sus presentaciones. Leo mostró su colección de insectos, Sofía hizo una mini obra de origami, Lila creó hermosos collages con flores y Max, narró una de sus asombrosas aventuras en el campo.

La sonrisa de Max se fue ampliando a medida que el espectáculo avanzaba. Se dio cuenta de que a pesar de ser diferente, había encontrado un lugar en el que podía ser él mismo.

Al concluir la tarde, Leo dijo:

"Vieron, chicos, ser diferentes es lo mejor. No hay dos personas iguales en este mundo y eso es lo que lo hace tan bonito. ¡Gracias por ser parte del Club de los Diferentes!"

Max se sintió feliz.

"Me alegra haberme unido. Nunca pensé que un grupo de diferentes se podría llevar tan bien".

Y así, en Diversilandia, el Club de los Diferentes fue creciendo y todos aprendieron que respetar y aceptar las diferencias nos hace más fuertes y queridos. No importaba cómo se viera cada uno, lo que contaba era la amistad y la aceptación.

Desde aquel día, Max se volvió el narrador oficial del club y todos aprendieron que la verdadera belleza está en ser único y disfrutar de lo que nos hace especiales. ¡Y así, vivieron felices y unidos, celebrando la diversidad en cada encuentro!

FIN.

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