El Club de los Sentidos
En una pequeña escuela de Buenos Aires, un grupo de niños decidió formar un club muy especial: el Club de los Sentidos. Su objetivo era aprender sobre las emociones y cómo manejarlas. Cada miércoles, se reunían en el viejo roble del patio para compartir sus experiencias y descubrir nuevos sentimientos.
Un día, Clara, una nena muy dulce pero tímida, llegó con una idea brillante. "Chicos, ¿y si hacemos un tablero de emociones? Así podemos dibujar cómo nos sentimos cada día"-.
Los demás asintieron con entusiasmo. "Me encanta, Clara"-, dijo Lucas, el más aventurero del grupo. "Podríamos incluir colores y dibujos para que sea más divertido"-.
Así fue que el siguiente miércoles, los niños llegaron con lápices, pinturas y muchas ganas. Mientras pintaban, Clara notó que Lucas se reía un poco más de lo habitual. "Lucas, ¿por qué estás tan contento?"-.
Lucas sonrió y dijo: "Hoy es el cumpleaños de mi perro, ¡y lo vamos a celebrar!"-.
Poco después, Sofía, otra de las integrantes del club, llegó con el rostro preocupado. "Chicos, me siento rara. En casa están discutiendo mucho y no sé qué hacer"-.
El grupo se miró con seriedad. "Podemos escucharte, Sofía"-, ofreció Tomás, siempre considerado. "Si querés, podemos hablar sobre eso. A veces compartir ayuda"-.
Sofía sonrió levemente, "Gracias, chicos. Me siento un poco mejor al hablarlo"-.
Las semanas pasaban, y el tablero de emociones se llenaba de dibujos de risas, lloros, corazones y sueños. Pero un día, un giro inesperado ocurrió. En la escuela lanzaron un concurso de talentos y una de las reglas decía que debían presentarse solo los más talentosos.
Los niños se miraron preocupados. "¿Y si no somos talentosos?"- murmuró Clara. "Quizás deberíamos no presentarnos"-.
Pero Lucas, siempre optimista, sugirió: "¿Y si lo hacemos juntos? No necesitamos ser los mejores, solo divertirnos"-.
El grupo decidió armar un show sobre las emociones, donde cada uno podría representar cómo se sentía. Se ensayaron bailes, narraciones y hasta una obra de teatro. Al principio, la inseguridad estaba presente, pero conforme practicaban, la confianza fue creciendo. Clara se dio cuenta de que comunicarse con sus amigos la ayudaba a superar su timidez.
Finalmente, llegó el día del concurso. Mientras esperaban su turno, Clara se sintió nerviosa. "No sé si puedo hacerlo"- dijo mientras sus manos temblaban.
"No pasa nada, Clara. Estamos todos juntos. Si te caes, te levantamos"-, le dijo Sofía.
Cuando les llegó su turno, los niños se pusieron en fila y se miraron con complicidad. Comenzaron a contar una historia sobre una nube que se movía a través de distintas emociones: la alegría del sol, la tristeza de la lluvia, la sorpresa de un arcoíris.
Cada emoción era representada con una danza creativa que desató risas y aplausos del público. Cuando terminaron, se sintieron orgullosos, y a pesar de no haber ganado el primer premio, se llevaron el mayor trofeo de todos: el entendimiento de que compartir sus emociones era lo más valioso.
"Lo hicimos, chicos. Aprendimos a trabajar juntos y a disfrutar de cada sentimiento"- comentó Tomás, con una gran sonrisa.
Desde ese día, el Club de los Sentidos se convirtió en un lugar aún más especial, donde cada encuentro era una celebración de las emociones. Clara nunca volvió a sentir nervios al hablar, porque sabía que siempre podía contar con sus amigos. Y así, el grupo continuó dibujando y compartiendo su vida, aprendiendo cada día sobre lo que significa ser humano y sentir tantas cosas.
Fin.
FIN.