El Club de los Valientes



En un pequeño pueblo llamado Villa Alegría, había una escuela donde todos los niños eran felices, excepto en un grado donde algunos chicos, como la traviesa Tino y la imparable Lila, siempre desobedecían a la maestra, la Sra. Pando.

Un día, justo antes del recreo, la Sra. Pando decidió hablar con la clase.

"Queridos chicos, tengo una idea. Vamos a formar un Club de los Valientes donde todos podremos ser más obedientes y ayudar a Tino y Lila a entender la importancia de escuchar. ¿Qué opinan?" - sugirió la profesora con una sonrisa.

Todos los niños se miraron con curiosidad. El pequeño Nico, con su gorra roja, levantó la mano:

"¡Yo quiero ser parte! Pero, ¿cómo podemos ayudar a Tino y Lila?"

"Yo tengo un plan", dijo Sofía, la más aplicada de la clase. "Podemos escribir una carta amistosa. En vez de enojarnos, debemos mostrarles lo que significa ser valiente y obediente. Así, no solo ellos, sino todos nosotros, estaremos mejor."

Todos estuvieron de acuerdo y decidieron dedicar parte de la clase esa tarde a crear la carta. Se sentaron en círculo, y cada uno aportó una idea. Al final, hicieron una colorida cartulina que decía:

"Queridos Tino y Lila, nos gustaría que sean parte del Club de los Valientes. Ser obediente no significa dejar de divertirnos, sino poder disfrutar juntos de más cosas. ¡Los necesitamos!"

Cuando llegó el recreo, el grupo se acercó a Tino y Lila, que jugaban lejos del resto.

"¡Hola!" - dijo Nico con timidez. "Queremos que lean nuestra carta. Creemos que pueden ser parte de nuestro club y que juntos podemos divertirnos mucho más."

Tino, un poco confundido, miró la carta y luego a Lila.

"¿Club de los Valientes? ¿Qué es eso?" - preguntó.

Sofía, tomando aire, respondió:

"Es un lugar donde todos aprendemos a ser valientes y a escucharnos. Queremos que nuestros recreos sean más divertidos y... todos somos importantes."

Lila frunció el ceño.

"Pero obedecer suena aburrido. A nosotros nos gusta hacer lo que queremos." - dijo mientras lanzaba su pelota al aire.

Nico, un poco nervioso, se armó de coraje y continuó:

"Obedecer no significa dejar de jugar, sino encontrar nuevas formas de jugar juntos, como el lunes que hicimos una gran ronda. Todos se divirtieron, ¿no?"

Tino y Lila se miraron, pensativos. Se dieron cuenta de que habían hecho a los demás sentirse tristes y aunque les gustaba jugar a su manera, no querían molestar a sus compañeros.

"Está bien, leemos la carta, pero no les prometemos nada. Nos gustaría probar eso de ser valientes", dijo Tino.

El siguiente día, el Club de los Valientes se reunió, y todos los chicos estaban emocionados. La Sra. Pando les enseñó juegos donde todos podían participar sin que nadie se quedara fuera.

Los juegos eran tan divertidos que Tino y Lila comenzaron a entender que escuchar a los demás no era aburrido, sino una forma de encontrar nuevos amigos y nuevas aventuras.

Con el tiempo, el grado se llenó de risas y juegos, y el corazón de todos se sintió más ligero.

"Gracias a ustedes, me estoy dando cuenta de que podemos divertirnos juntos si todos colaboramos", confesó Lila un día durante la merienda.

"Y además así podemos ser valientes, que es más importante que hacer lo que queramos todo el tiempo", dijo Tino, sonriendo.

Así fue como nació una nueva amistad entre todos los alumnos del grado, donde la obediencia se convirtió en una aventura compartida y donde el Club de los Valientes no solo hizo a Tino y Lila más obedientes, sino también a todos los demás.

Desde entonces, cada recreo se convirtió en una verdadera fiesta.

"¿Votamos para hacer una pancarta que diga 'La obediencia es genial'?" - propuso Nico, y todos aplaudieron entusiasmados.

Y así, en Villa Alegría, un pequeño cambio llevó a grandes sonrisas y un año escolar inolvidable, donde siempre fueron bienvenidos los nuevos valientes.

FIN.

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