El Cocodrilo que Quería Regalar Sonrisas
Era una hermosa mañana de diciembre en el tranquilo pueblo de Río Azul. Los niños del pueblo estaban emocionados porque se acercaba la Navidad y con ella, la época de regalos y sorpresas. Pero, había un pequeño problema: todos estaban tan centrados en sus propios deseos, que se habían olvidado de lo más importante: la alegría de compartir con los demás.
En la orilla del río, vivía un cocodrilo muy especial llamado Coco. A diferencia de otros cocodrilos, a Coco le encantaba ver a la gente sonreír, pero también se sentía un poco triste porque nadie lo invitaba a las celebraciones navideñas.
Una mañana, mientras nadaba, escuchó a unos niños hablando sobre lo que querían recibir de Santa Claus.
- “Yo quiero una bicicleta nueva”, dijo Julián, saltando de emoción.
- “Yo quiero un perro”, añadió Sofía, acariciándose la cabeza.
- “Yo solo quiero muchos juguetes”, dijo Mateo, soñador.
Coco, desde su escondite, pensó que si pudiera hacer algo especial, tal vez los niños lo invitarían. Entonces, tuvo una idea brillante: organizar una fiesta de Navidad en la orilla del río donde todos pudieran disfrutar.
Al principio, Coco se sintió un poco nervioso, pero decidió seguir adelante con su plan. Se puso a trabajar y reunió todo tipo de sorpresas: luces brillantes, música alegre y deliciosas golosinas hechas con frutas del río.
- “¡Esto va a ser maravilloso! ”, dijo Coco, aplaudiendo su idea.
Cuando la fiesta estuvo lista, Coco decidió hacer un gesto especial. Se acercó a donde estaban los niños y, con un gran suspiro, dijo:
- “¡Hola, chicos! Tengo una sorpresa para ustedes. ¡Los invito a una fiesta de Navidad en la orilla del río! ”
Los niños quedaron boquiabiertos.
- “¡Un cocodrilo quiere hacer una fiesta? ”, preguntó Sofía, asombrada.
- “Pero, ¿no te comerás nuestras golosinas? ”, dijo Mateo, un poco asustado.
- “No, no, no! Quiero que se diviertan y que todos se sientan felices”, respondió Coco con una gran sonrisa.
Los niños, intrigados y un poco temerosos, decidieron darle una oportunidad a Coco. Así que se acercaron a la orilla del río, y al ver la colorida fiesta, sus miedos se desvanecieron.
- “¡Esto es increíble! ”, exclamó Julián mientras corría hacia una mesa llena de frutas.
La música sonaba, los niños bailaban y compartían. Hasta que, en un momento, una de las luces se apagó de repente.
- “¿Qué pasó con la luz? ”, preguntó Sofía, preocupada.
- “No se preocupen, yo tengo más luces”, dijo Coco mientras se movía en el agua para buscar más.
Coco nadó ágil y trajo más luces de colores.
- “¡Sorpresa! ” dijo al volver. “¡Una fiesta de luces es aún mejor! ”
Los niños rieron y aplaudieron al ver la dedicación de Coco. La fiesta siguió, y se dieron cuenta de que no solo estaban disfrutando de la fiesta, sino que también estaban disfrutando de la compañía del cocodrilo.
De repente, Coco tuvo otra idea.
- “¿Qué les parece si escribimos cartas juntos para Santa? ¡Podemos pedir cosas para compartir con los demás también! ”, propuso.
Los ojos de los niños brillaron de emoción.
- “¡Sí! Podemos pedir juguetes para los que no tienen”, dijo Julián con seriedad.
Entonces, todos se pusieron a escribir, y al final, decidieron que la verdadera magia de la Navidad no eran solo los regalos, sino el acto de dar y compartir.
Cuando terminaron de escribir sus cartas, Coco los miró y sonrió.
- “¿Se dieron cuenta de que hacemos mejores recuerdos juntos? ¡Las sonrisas que compartimos son el mejor regalo! ¡Felices fiestas! ”
Desde aquel día, Coco se convirtió en un querido amigo de los niños de Río Azul, y cada Navidad se reunían para celebrar juntos y recordar que la alegría de compartir y disfrutar del tiempo juntos es lo que realmente hace la Navidad especial.
Y así, el cocodrilo que quería regalar sonrisas nunca volvió a estar solo en esta mágica época del año.
FIN.