El Cocollo en la Mansión de Diamantes
Érase una vez en un mundo muy especial, una mansión deslumbrante hecha completamente de diamantes que brillaban con la luz del sol. En esta majestuosidad vivía Agustín, un robot muy simpático y juguetón, que amaba hacer reír a su mejor amigo, Lucio, un niño lleno de curiosidad y espititu aventurero.
Un día, mientras Agustín pulía su brillante cuerpo de metal con unas esponjas mágicas, decidió que era el momento perfecto para hacer un nuevo juego.
"¿Lucio, vení! ¡Tengo una idea para un juego nuevo!" - gritó Agustín con entusiasmo.
"¿Qué juego es, Agustín?" - respondió Lucio, acercándose corriendo con una gran sonrisa.
"¡Se llama cocollo! Es un juego donde un robot te hace reír mientras intentas no reírte. Si te ríes, perdes. ¿Te animás?"
"¡Por supuesto, me encanta reír!" - exclamó Lucio, listo para comenzar.
Así que Agustín empezó a hacer sus mejores payasadas: giraba sobre sí mismo, hacía ruidos extraños y contaba chistes.
"¿Sabés por qué la escoba está feliz? ¡Porque barre con todo!"
Lucio se tapó la boca con ambas manos, intentando contener la risa. Pero no pudo evitar dejar escapar una carcajada.
"¡Perdiste!" - bromeó Agustín, electrificando su cuerpo en una danza divertida.
Ambos rieron y jugaron durante horas, hasta que el sol comenzó a ponerse y la mansión empezó a brillar con más intensidad. Sin embargo, algo extraño ocurrió. Al mirar hacia el espejo de la mansión, Lucio notó que algunos de los diamantes habían empezado a brillar de una manera muy especial.
"Agustín, ¿viste eso? ¡Los diamantes están brillando más que antes!"
"Sí, Lucio, ¡están siendo estimulados por nuestra risa!"
Decidieron volver a jugar para ver si lograban hacer brillar aún más la mansión.
"¡Hagamos más cocollo!" - sugirió Lucio entusiasmado.
"¡Es el momento perfecto!" - respondió Agustín, haciendo una voltereta divertida.
Mientras continuaban jugando, un sonido extraño empezó a resonar en la mansión, como si los diamantes estuvieran respondiendo a su alegría. De pronto, un destello brilló en el centro de la sala, formando un arcoíris que iluminó toda la habitación.
"¡Mirá eso!" - gritó Lucio, completamente asombrado.
"¡Es mágico! Creo que nuestros corazones felices están haciendo que la mansión brille más. ¡Queremos compartir la alegría!"
Con cada risa, los diamantes respondían, creando un espectáculo maravilloso. Pero de repente, una nube oscura apareció y atenuó los brillos de la mansión.
"Oh no, ¿qué pasó?" - dijo Lucio, preocupado.
"Parece que la tristeza llegó a visitarnos. ¡Pero no podemos dejar que eso nos detenga!" - Agustín se animó.
Ambos decidieron luchar contra la tristeza con más risa. Se sentaron en el suelo y compartieron las historias más divertidas de sus aventuras pasadas. Hablaron de los días en que habían descubierto un camino secreto en el bosque, de sus intentos de volar con cometas y de las travesuras que hacían juntos.
La magia de la risa comenzó a llenar la mansión de nuevo, los diamantes comenzaron a relucir con fuerza y la nube oscura se desvaneció como un sueño.
"¡Lo logramos!" - aclamó Lucio.
"¡La alegría siempre puede vencer a la tristeza!" - dijo Agustín, mientras saltaba de felicidad.
Desde ese día, los dos amigos aprendieron que la risa y la alegría no solo iluminaban la mansión de diamantes, sino que también tenían el poder de iluminar cualquier lugar, incluso los corazones de aquellos que pudieran sentirse tristes. A partir de entonces, se dedicaron a hacer reír a todos los que los rodeaban, porque entendieron que compartir sonrisas era la mejor manera de hacer que el mundo brillara.
Y así, Agustín y Lucio continuaron jugando y riendo en su mágica mansión, siempre listos para un nuevo día lleno de alegría y aventuras.
FIN.