El Cocuyo que Quería Brillar



Había una vez un cocuyo, chiquito pero muy atrevido y soñador. De noche, se quedaba mirando las estrellas y decía:

-¡Qué bellas lucen en el cielo! Yo quisiera brillar como ellas. Mi luz es muy suave y casi nadie la percibe.

Una noche, el cocuyo decidió que no podía seguir solo soñando. Con una pizca de valentía, se lanzó al cielo con la esperanza de encontrar a las estrellas y descubrir cómo podía brillar como ellas.

Mientras volaba, se encontró con un búho sabio que lo miró intrigado.

-¿A dónde vas, pequeño cocuyo? -preguntó el búho.

-¡Voy a buscar cómo brillar como las estrellas! -respondió el cocuyo con determinación.

-Te admiro por tu valentía, pero no olvides que brillar no siempre significa ser grande. -dijo el búho.

El cocuyo continuó su camino hasta que llegó a la Gran Montaña de las Estrellas. Allí conoció a Luna, una estrella brillante y divertida.

-¡Hola! ¿Por qué te acercas a nuestra cumbre? -preguntó ella.

-Quiero saber cómo puedo brillar como ustedes. Mi luz es pequeña y casi nadie la ve. -se lamentó el cocuyo.

Luna sonrió y le dijo:

-No necesitas ser grande para brillar. Lo importante es encontrar tu propia luz. Para eso, necesitas un poco de valentía y un buen deseo. ¿Estás dispuesto a intentarlo?

El cocuyo asintió con entusiasmo.

-¡Sí! ¡Estoy listo!

-Entonces, ve al lago que está al pie de la montaña y en la noche de luna llena, verás algo especial. -le aconsejó Luna.

Con la guía de Luna, el cocuyo aterrizó delicadamente junto al lago. Esa noche, se llenó de emoción al ver la luna reflejada en el agua. Su brillo iluminaba todo a su alrededor.

Cuando los primeros rayos de luna llenaron el cielo, el cocuyo cerró los ojos y se concentró.

-¡Quiero brillar! -gritó con todas sus fuerzas.

De repente, un mágico destello ilumino el lugar. El reflejo en el lago comenzó a danzar y el cocuyo sintió cómo una cálida luz llenaba su pequeño cuerpo. Cuando abrió los ojos, vio que su luz ahora era diferente, más viva y radiante.

-¡Mira! ¡Puedo brillar! -exclamó, asombrado.

Entonces, el cocuyo volvió a volar hacia las estrellas, donde Luna lo observaba.

-¿Ves? ¡Lo lograste! -gritó ella.

Pero no todo era perfecto. A medida que el cocuyo brillaba, comenzó a distraer a otros insectos que no podían ver el camino.

-¡Cocuyo! ¡No puedo volar! -gritó una mariposa confundida.

El cocuyo se dio cuenta de que su brillo, si bien era hermoso, estaba causando problemas. Entonces decidió atenuar su luz.

-¡Lo siento! No quiero lastimar a nadie. -dijo el cocuyo.

Luna, que lo había estado observando, se acercó:

-Es hora de aprender a equilibrar tu luz. Brillar es hermoso, pero también es importante ser consciente de quienes te rodean.

El cocuyo tomó el consejo en serio. Comenzó a practicar cómo podía controlar su brillo y, con el tiempo, encontró un equilibrio perfecto.

-¡Miren! ¡Ahora puedo guiar y brillar al mismo tiempo! -anunció con alegría.

Al final de su aventura, el cocuyo regresó al bosque, donde sus amigos lo esperaban ansiosos por escuchar su historia.

-¿Qué hiciste allá arriba? -preguntó una luciérnaga curiosa.

-¡Encontré mi luz! -respondió el cocuyo.

-¿Y ahora brillas como una estrella? -preguntó otro insecto.

-¡Sí, pero también aprendí que brillar es más que solo ser visto! -dijo, orgulloso de su experiencia.

Desde esa noche, el cocuyo iluminó el bosque, no solo con su luz, sino también con su sabiduría. Y aunque su luz no era la misma que la de las estrellas, se dio cuenta de que, a veces, lo más importante no es brillar más, sino ser capaz de iluminar a los demás.

Y así, el pequeño cocuyo encontró su lugar en el mundo, recordando siempre que cada uno brilla a su manera.

.

FIN.

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