El cohete de la amistad


Había una vez un niño llamado Alan, quien era muy inteligente y tenía un talento especial para resolver problemas matemáticos difíciles.

Sin embargo, a diferencia de los demás niños de su edad, a Alan no le gustaba jugar con sus compañeros. En el colegio, mientras los otros niños se divertían en el recreo jugando al fútbol o saltando la cuerda, Alan prefería pasar su tiempo en la biblioteca leyendo libros sobre ciencia y tecnología.

Allí encontraba la tranquilidad que necesitaba para explorar su curiosidad sin ser interrumpido. Un día, durante el almuerzo, uno de sus compañeros llamado Martín se acercó a él y le preguntó: "Alan, ¿por qué nunca quieres jugar con nosotros? Todos te extrañamos".

Alan levantó la mirada y respondió: "Martín, me gusta estar solo porque así puedo concentrarme mejor en aprender cosas nuevas. No es que no quiera ser tu amigo". Martín asintió y dijo: "Entiendo eso.

Eres muy inteligente y siempre nos sorprendes con tus respuestas en clase. Pero creo que también es importante tener amigos con quienes compartir momentos especiales". Estas palabras hicieron reflexionar a Alan.

Comenzó a pensar en todas las veces que había rechazado las invitaciones de sus compañeros para jugar juntos. Se dio cuenta de que tal vez estaba perdiéndose algo valioso.

Decidió darle una oportunidad a Martín e invitó a todos sus compañeros a su casa para hacer una actividad diferente: construir un cohete espacial utilizando materiales reciclados. Todos aceptaron emocionados y se reunieron en el patio trasero de la casa de Alan. Juntos, trabajaron en equipo, compartiendo ideas y resolviendo problemas.

Alan se dio cuenta de que la diversión no solo estaba en los libros, sino también en la compañía de sus amigos. Después de varias horas, el cohete espacial quedó listo para ser lanzado. Todos se emocionaron y lo colocaron en un pequeño lugar abierto cerca de la casa.

Alan tomó el control del lanzamiento y gritó: "¡3, 2, 1... despegue!" Todos observaron con asombro cómo el cohete volaba hacia el cielo.

Fue un momento mágico que hizo que Alan se sintiera feliz y agradecido por haber dado una oportunidad a la amistad. Se dio cuenta de que aunque era inteligente, también podía disfrutar del juego y la compañía de sus amigos.

Desde ese día, Alan comenzó a encontrar un equilibrio entre su amor por el aprendizaje y su deseo de compartir momentos especiales con sus compañeros. Aprendió a valorar las diferentes formas de diversión y descubrió que cada uno tiene algo único para ofrecer al mundo.

Y así fue como Alan dejó atrás su aversión inicial por jugar con otros niños para convertirse en un líder inspirador que motivaba a sus compañeros a aprender mientras se divertían juntos.

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