El cohete mágico de Emma y Diego



Emma y Diego eran dos hermanos curiosos y aventureros. Una noche, mientras exploraban el ático de su casa, encontraron un viejo cohete hecho de madera y metal escondido entre cajas de juguetes antiguos. Pero no era un cohete cualquiera; cuando Diego tocó un botón rojo brillante en el lateral del cohete, este empezó a emitir luces de colores y un suave zumbido.

"¡Wow, mirá esto!" exclamó Diego.

"¿Qué haces tocando eso?" dijo Emma nerviosa.

"No sé, pero parece que está vivo".

De repente, el cohete comenzó a temblar y a alzarse del suelo. Los dos hermanos se miraron con sorpresa y emoción.

"¡Estamos volando!" gritó Emma, atrapada entre la risa y el miedo.

Antes de que pudieran procesar lo que estaba sucediendo, el cohete salió disparado del ático y se elevó hacia el cielo estrellado. Miraron por la ventana y vieron cómo la ciudad se hacía pequeña bajo ellos.

"¿A dónde vamos?" preguntó Emma, agarrándose fuertemente al asiento.

"No tengo idea, pero ¡esto es increíble!" respondió Diego, con los ojos brillantes.

El cohete atravesó nubes esponjosas y destellos de estrellas. En un abrir y cerrar de ojos, aterrizaron en un planeta desconocido repleto de árboles de colores, ríos de jugo de fruta y criaturas amigables que les dieron la bienvenida.

"¡Hola, visitantes del espacio!" dijo una pequeña criatura parecida a un conejo. "Soy Zippy, y este es el planeta Fabuloso".

"¡Qué nombre tan divertido!" dijo Emma.

"¿Qué hacen aquí?" preguntó Zippy.

"No sabemos, solo... volamos en nuestro cohete..." balbuceó Diego, todavía atónito.

Zippy sonrió y los guió a un claro donde otros habitantes del planeta estaban celebrando un festival. Había música, bailes y un montón de delicias extrañas.

"¿Quieres un poco de pastel de nube?" preguntó Zippy.

"Claro, ¡suena delicioso!" dijo Emma, mientras el pastel flotaba hacia su mano.

Al disfrutar de la fiesta, los hermanos se dieron cuenta de que en el planeta Fabuloso había muchas cosas que aprender. Zippy les enseñó sobre la importancia de cuidar el medio ambiente y cómo ellos reciclaron y mantenían sus recursos naturales.

"Nosotros plantamos árboles de chicle todos los días" dijo Zippy mientras señalaba un bosque. "De ahí sacamos el chicle y lo plantamos nuevamente para que crezca".

"¡Eso es genial!" dijo Diego. "Nosotros deberíamos hacer algo así en casa".

Después de un rato, Emma y Diego se despidieron de sus nuevos amigos y decidieron que era hora de regresar. Pero al tratar de entrar nuevamente al cohete, se dieron cuenta de que el botón rojo había desaparecido.

"¿Qué haremos ahora?" preguntó Emma, asustada.

"No sé, pero no podemos quedarnos aquí para siempre" respondió Diego.

Zippy, que había estado escuchando, se acercó.

"No se preocupen. Ustedes llevan dentro algo muy especial: la curiosidad. Ustedes son exploradores. Vean a su alrededor, estudien, y su deseo de volver a casa los llevará allí".

Los hermanos, inspirados por Zippy, comenzaron a observar todo lo que les rodeaba. Recogieron hojas, semillas y hicieron una pequeña lista de todo lo aprendido. Cada vez que aprendían algo nuevo, la luz del cohete comenzaba a brillar.

Después de horas de exploración, sintieron que habían acumulado suficientes conocimientos y experiencias.

"¡Estamos listos!" exclamó Diego.

Justo en ese instante, el botón rojo volvió a aparecer en el cohete.

"¡Vamos!" dijo Emma y apretaron el botón al unísono.

El cohete emitió un fuerte zumbido y, en un instante, estaban de vuelta en el ático de su casa, con el cohete quieto a su lado y las cajas de juguetes apiladas como antes.

"No puedo creer que esto haya pasado" dijo Emma, con una sonrisa amplia.

"Yo tampoco, pero tenemos tantas historias que contar" respondió Diego.

Ambos decidieron que la aventura no podía quedar ahí, así que hicieron un plan para transmitir lo que aprendieron sobre el respeto por la naturaleza a sus amigos.

"¡Vamos a formar un club de exploradores!" dijo Emma.

"¡Sí! Y plantaremos árboles de chicle, como en el planeta Fabuloso".

Desde aquella noche, Emma y Diego no solo jugaron en su ático, sino que también se convirtieron en los guardianes del medio ambiente, buscando siempre nuevas aventuras y experiencias que compartir. Y así, su curiosidad nunca dejó de guiarlos en su camino hacia el infinito.

FIN.

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