El Colibrí de Colores



Había una vez en un barrio tranquilo de Buenos Aires, una escuela de arte privada llamada "El Taller Mágico". Allí, el profesor de arte, el señor Santiago, era conocido por su manera única de inspirar a sus alumnos. Siempre comenzaba su clase con una frase que decía:

"El arte está en cada rincón, solo hay que saber mirar."

Un día, mientras sus alumnos exploraban diferentes técnicas de pintura, un nuevo estudiante llamado Lila llegó a la escuela. Lila siempre había sido muy tímida y tenía miedo de mostrar su arte.

"¡Hola! Soy Lila. Espero no ser un estorbo."

El señor Santiago la observó y sonriendo le respondió:

"Cada uno de nosotros trae una chispa especial. ¡En esta clase, nadie es un estorbo!"

Lila se sintió un poco mejor, pero aún se sentía insegura. En su primera actividad, los alumnos debían pintar su animal favorito. Mientras todos pintaban con colores vibrantes, Lila apenas había hecho un garabato de un colibrí.

"¿Por qué solo un garabato?" preguntó Juan, uno de los compañeros, riendo. "Es solo un pájaro, no tiene nada de especial."

Lila bajó la mirada, pero el señor Santiago se acercó a ella.

"Lila, ¿sabías que los colibríes son los únicos pájaros que pueden volar hacia atrás? Son seres mágicos. Recuerda que no hay animal pequeño o insignificante. ¡Pintá lo que te hace feliz!"

Con esas palabras, Lila comenzó a añadir colores a su colibrí. La luz del aula se reflejó en los brillantes verdes y dorados que usaba, y fue entonces que todo cambió. Su colibrí comenzó a cobrar vida en el lienzo.

Unos días después, el señor Santiago anunció un concurso de arte en la escuela. El premio sería un viaje a un importante museo de arte contemporáneo.

El entusiasmo llenó el aula.

"Voy a pintar un dragón gigante", dijo Valentina.

"Yo haré un paisaje con montañas de chocolate", dijo Juan.

"Y yo... haré una obra sobre el colibrí", decidió Lila, sorprendiendo incluso a sí misma.

Los días pasaron, y cada vez que Lila pintaba, su colibrí se volvía más hermoso. Pero, otra vez, Juan comenzó a burlarse de su elección.

"Nunca ganarás con un simple pájaro, Lila. Deberías hacer algo más impresionante."

Lila sintió que sus ilusiones se desvanecían. Sin embargo, el señor Santiago notó el cambio en su expresión y le dijo:

"Lo más importante en el arte no es la grandiosidad, sino la pasión que le pongas. La historia detrás de tu obra es lo que la hace única. Nunca dudes de lo que sientes, Lila."

Ese apoyo reinvigoró a Lila. El día del concurso llegó y todos presentaron sus obras. Cuando Lila mostró su pintura del colibrí, la sala se llenó de murmullos.

"Es tan viva, tan mágica", susurró una estudiante.

Finalmente, se anunció al ganador. Todos estaban nerviosos, y Lila apenas podía respirar. El señor Santiago subió al escenario y dijo:

"El premio a la obra que mejor captura la esencia de la creatividad y la conexión con la naturaleza es para Lila, por su hermoso colibrí."

La sala estalló en aplausos. Lila no podía creerlo. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

"¡Gracias! No podría haberlo hecho sin la inspiración de todos ustedes, y especialmente del señor Santiago."

"Recordá, Lila, siempre que lo que importa no es ganar, sino tener el valor de compartir tu arte con el mundo. Cada uno tiene algo único que ofrecer."

A partir de ese día, Lila se sintió más segura en su arte, y gracias al apoyo de sus amigos y su profesor, descubrió que cada colibrí, por pequeño que fuera, podía volar alto y hacer magia.

Así, la escuela de arte, junto al colibrí de colores de Lila, siguió viva con creatividad, amistad y un profundo amor por el arte. Y cada vez que alguien dudaba de sus habilidades, siempre recordaban las palabras del señor Santiago:

"El arte está en cada rincón, solo hay que saber mirar."

FIN.

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