El Colibrí Desodiente que No Tenía Paciencia



En un hermoso bosque lleno de flores de todos los colores, vivía un colibrí llamado Kiki. Kiki era un colibrí muy especial, ya que sus plumas brillaban como el sol y su canto era melodioso. Sin embargo, Kiki tenía un gran problema: ¡no tenía paciencia!

Cada día, Kiki zumbaba de flor en flor, pero no podía esperar a que las flores lo esperaran. Siempre quería el néctar instantáneamente y se enojaba cuando alguna flor tardaba más de lo que él consideraba correcto.

Una mañana, mientras volaba en busca de desayuno, conoció a una tortuga llamada Tula. Tula estaba tratando de alcanzar una hermosa flor que estaba muy alta en una rama.

"¡Hola, Tula! ¿Por qué te demoras tanto? ¡Si fueras como yo, ya habrías llegado!" - dijo Kiki, picoteando el aire.

"Hola, Kiki. Estoy intentando llegar, pero no tengo las alas como vos. Solo tengo que ser paciente y persistente" - respondió Tula, con una sonrisa.

Kiki se rió y dijo: "¡Paciencia! ¿Para qué serviría eso? El néctar está aquí y ahora, no hay tiempo que perder".

Sin embargo, Kiki pronto se dio cuenta de que, al volar de una flor a otra sin esperar, cuchicheaba en su cabeza que no lograba disfrutar del dulce néctar como lo hacía. Las flores a menudo se cerraban cuando él llegaba, dejándolo con las ganas de más.

Un día, mientras Kiki volaba apresuradamente, se tropezó con una rama y cayó al suelo.

"¡Ay!" - exclamó mientras se sacudía las plumas.

Allí, en el suelo, conoció a Beto, un viejo búho que observaba todo con sabiduría.

"¿Qué te pasó, pequeño colibrí?" - preguntó el búho.

"Me caí porque no tengo tiempo de mirar hacia dónde vuelo. ¡Siempre estoy apurado!" - suspiró Kiki.

"Te entiendo, Kiki. Pero a veces, lo bueno llega a aquellos que saben esperar. Quizás deberías intentar ver las cosas de otra manera" - sugirió Beto.

Kiki se fue pensando en las palabras del búho. Decidió probar algo nuevo y se acercó a una flor que siempre había evitado porque tardaba mucho en abrirse. Se sentó en una rama y decidió esperar.

Pasaron unos minutos y, a medida que Kiki se sentaba, pudo escuchar los sonidos del bosque y ver el baile sutil de las hojas. De repente, la flor comenzó a abrirse lentamente, revelando un néctar que nunca antes había visto. Brillaba como oro.

"¡Wow! Esto es increíble..." - murmuró Kiki, asombrado.

"¿Ves? A veces, la espera trae cosas maravillosas" - dijo Tula, que estaba cerca y lo observaba desde una ramita.

Kiki se sintió feliz y agradecido. Su impaciencia le había hecho perder momentos mágicos. Desde ese día, Kiki comenzó a practicar la paciencia.

Cada vez que llegaba a una flor, ya no intentaba apresurarse. Se sentaba y esperaba, y en lugar de llenarse de enojo, disfrutaba el paisaje y escuchaba el canto de otros animales. Pronto, Kiki se convirtió en el colibrí más querido del bosque, no solo porque tenía la voz más dulce, sino porque aprendió a disfrutar de la vida.

Y así, Kiki, el colibrí desodiente que no tenía paciencia, se transformó en un símbolo en el bosque del valor de esperar y disfrutar de los momentos preciosos que la vida nos ofrece.

FIN.

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