El colibrí herido y la anciana sabio



Era un hermoso día de primavera en un pequeño pueblo de Argentina. En el jardín de doña Rosa, una anciana de corazón tierno, florecían las plantas más hermosas y coloridas. A doña Rosa le encantaba cuidar su jardín, pero lo que más disfrutaba era la visita de los colibríes que venían a alimentarse del néctar de sus flores.

Un día, mientras doña Rosa regaba sus plantas, notó que uno de los colibríes, que solía venir a diario, no se acercaba.

"¿Dónde estará mi querido colibrí?" - murmuró doña Rosa con preocupación.

Mientras su mente pensaba en el pequeño pájaro, de repente, oyó un ligero aleteo en el arbusto cercano. Era él, un colibrí de plumas verdes brillantes, pero parecía herido. Su alita izquierda estaba lastimada y volaba con dificultad.

"Pobrecito, debes estar asustado" - dijo doña Rosa acercándose lentamente. "No te preocupes, te ayudaré."

El colibrí, aunque algo temeroso, se quedó quieto mientras doña Rosa lo observaba con ternura. Ella sabía que debía curarlo, pero no tenía experiencia con aves. Entonces, con mucho cuidado, lo recogió en sus manos llenas de amor.

"No temas, pequeño. Solo quiero ayudarte" - le susurró.

Esa noche, doña Rosa pensó en cómo ayudar al colibrí. Decidió buscar en libros sobre aves y remedios naturales. Tras investigar, se preparó una mezcla de miel y agua, y construyó una pequeña caja de cartón, forrada con un suave trozo de tela, donde el colibrí podría descansar.

Al día siguiente, doña Rosa llevó al colibrí a su nueva casita.

"Aquí estarás seguro, y cuando te sientas mejor, podrás regresar a volar libremente" - le dijo, colocándolo dentro de la caja.

Día tras día, la anciana lo cuidaba con esmero. Le daba de comer y le contaba historias sobre su jardín y sus flores. El colibrí, que había sido nombrado Tito, comenzó a recuperar sus fuerzas.

"No puedo creer que hayas sido tan amable conmigo, doña Rosa" - le decía Tito, mientras tomaba un sorbito de la mezcla dulce.

"Yo solo hice lo que cualquier corazón amable haría, querido Tito" - le respondió doña Rosa, sonriendo.

Sin embargo, después de varios días, Tito empezó a inquietarse. Una mañana, miró por la ventana de su casita.

"¿Y si nunca vuelvo a ver a mis amigos colibríes? ¿Qué haré sin poder volar y jugar en el aire?" - exclamó desalentado.

"Pero Tito, podrías volver a volar. Mira cómo has ido mejorando" - le animó doña Rosa, mientras le acariciaba suavemente la cabecita.

Un día, al despertar, Tito sintió que sus alas estaban listas.

"Hoy voy a intentar volar de nuevo" - decidió con valentía.

Doña Rosa, emocionada, lo llevó hacia el jardín.

"Estoy tan orgullosa de ti, Tito. Recuerda que siempre estaré aquí para ti" - dijo mientras lo colocaba en una rama.

Tito respiró hondo y, con un movimiento rápido, agitó sus alas. ¡Oh, cómo brillaron sus plumas bajo el sol! Con un ligero zumbido, emprendió vuelo, en un vuelo corto pero firme.

"¡Lo logré, lo logré!" - gritó de alegría fluyendo de rama en rama.

"¡Eso es, Tito!" - animó doña Rosa desde abajo, con lágrimas de felicidad en sus ojos.

Sin embargo, Tito no se olvidó de su amiga. Después de un rato, regresó a su jardín, posándose justo en el hombro de doña Rosa. "Gracias por darme una segunda oportunidad, querida doña Rosa" - le dijo.

"Siempre serás parte de este jardín, Tito. ¡Nunca olvides lo importante que eres!" - respondió ella, contenta.

Desde aquel día, Tito no solo voló libre en el jardín de doña Rosa, sino que también organizaba a los otros colibríes para que vinieran a visitarla. Cada día, el jardín florecía más y más, lleno de risas, y zumbidos felices.

Así, la anciana y el colibrí formaron una verdadera amistad y aprendieron que ayudar a otros nunca es en vano y que con amor y paciencia, todo es posible. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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