El Colibrí y el Jardín de Colores
En un pequeño barrio de Buenos Aires, donde las calles estaban llenas de risas y juegos de niños, vivía un niño llamado Mateo. Mateo era un niño diferente, le encantaba aprender sobre las plantas y las flores. En su imaginación, cada día era un nuevo viaje en el que el mundo era un jardín lleno de colores vibrantes.
Sin embargo, en la escuela, las cosas no eran tan luminosas. Mateo a menudo se sentía solo. En el recreo, sus compañeros preferían jugar al fútbol o hacer deportes, mientras que a él le gustaba sentarse bajo un árbol a observar los colibríes que venían a su jardín.a veces, lo miraban con sorpresa e incluso se reían.
"¿Por qué no venís a jugar con nosotros, Mateo?" - le decía Tomás, uno de los niños más populares de la clase, con una sonrisa burlona.
"Me gusta mirar los colibríes," -respondía Mateo, intentando no dejarse afectar.
Mateo soñaba con que algún día sus compañeros lo invitaran a unirse, pero esos momentos parecían lejanos.
Un día, en la clase de ciencias, la maestra Laura anunció un proyecto sobre la biodiversidad. Los alumnos debían formar grupos y crear un jardín escolar, usando sus conocimientos sobre plantas y animales. Las parejas se formaron rápidamente, pero Mateo fue dejado de lado.
"Siempre estamos con los mismos," - se quejaba Lucas, otro compañero, "No quiero a Mateo en nuestro equipo. Él nunca quiere jugar con nosotros."
Mateo sintió un nudo en el estómago. Pero, justo cuando iba a rendirse, la maestra Laura lo miró y le dijo:
"Mateo, creo que you podrías trabajar solo, pero también podrías mostrarles a tus compañeros lo que sabés. Tal vez les enseñes algo nuevo."
Mateo sonrió. Al día siguiente, decidió tomar la iniciativa. Se acercó a Tomás y a los otros con un dibujo que había hecho, lleno de colores y colibríes.
"Yo puedo ayudarles a hacer el jardín con plantas que atraigan a los colibríes. Pueden ser parte de mi proyecto."
Todos lo miraron dudando, pero algo en la pasión de Mateo les hizo cuestionar su decisión.
"¿Qué es lo que tenés pensado?" - preguntó Sofía, una niña curiosa del grupo.
Mateo comenzó a hablarles sobre la importancia de las flores y cómo los colibríes ayudaban al ecosistema. Las palabras de Mateo empezaron a ganar interés entre los compañeros y, poco a poco, comenzaron a acercarse.
Los días pasaron, y mientras recolectaban semillas y plantas, Mateo se sintió más incluido. Cada vez más niños se uniieron a él y comenzaron a trabajar juntos. Aunque algunos aún lo reprendían, otros se sorprendieron al ver su dedicación.
La parte más emocionante llegó el día en que sembraron las plantas en el jardín de la escuela. Mateo, con una sonrisa en el rostro, explicó cómo cuidar cada tipo de planta.
"¡Miren! Si regamos bien esta flor, los colibríes vendrán a visitarnos," - decía entusiasmado.
Finalmente, la maestra Laura organizó una visita para observar a los colibríes. Todos, incluidos aquellos que antes se reían de Mateo, se colocaron en la cerca del jardín, observando fascinados a las aves. La experiencia fue mágica, y Mateo los miraba disfrutar con orgullo.
Al final del día, Tomás se acercó a Mateo.
"Oye, te pido perdón. No sabía lo importante que era para vos. ¿Podríamos hacer esto juntos de nuevo?"
Mateo no podía creer lo que estaba escuchando.
"Claro, Tomás. Me encantaría incluirte para que conozcas más de plantas y colibríes."
Y así, nació un nuevo grupo de amigos en el colegio, unidos no solo por el juego, sino por la magia de la naturaleza. Cada vez que un colibrí visitaba el jardín, todos aprendían algo juntos. Mateo había encontrado su lugar entre sus compañeros, y aprendió que la inclusión empieza con un pequeño gesto.
Con el tiempo, el jardín se convirtió en un símbolo de amistad, y Mateo en el maestro que, sin saberlo, había sembrado en sus compañeros el valor de aceptar y aprender de las diferencias. El colibrí seguía viniendo, pero ahora no solo era un visitante, sino un símbolo de lo que habían logrado juntos.
FIN.