El Collar de los Sentimientos



En un pueblito mágico llamado Sentiluz, cada niño recibía al cumplir cinco años un collar especial que cambiaba de color según sus emociones. Un día, dos amigos, Lila y Benja, se preparaban para recibir su collar. La emoción en el aire era palpable.

"¿Qué color pensás que te va a tocar, Lila?" - preguntó Benja, mientras sus ojos brillaban de expectativa.

"¡Ojalá sea azul!" - respondió Lila, sonriendo. "Dicen que el azul representa la calma. Me gustaría sentirme tranquila siempre."

Cuando llegó el gran día, ambos niños tomaron turnos para recibir su collar de la anciana del pueblo, la sabia Doña Flora.

"Cada color refleja lo que llevas dentro, chicos. Hay que aprender de cada uno." - les dijo Doña Flora, mientras colocaba el collar sobre sus cuellos. "Recuerden, no hay emociones malas, solo hay que saber entenderlas."

Al instante, los collares comenzaron a brillar. El de Lila se iluminó en un radiante azul, mientras que el de Benja adoptó un rojo vibrante.

"¡Mirá!" - exclamó Lila. "¡Estoy tranquila!"

"Y yo estoy muy entusiasmado!" - contestó Benja, mirando su collar rojo con alegría.

Con el tiempo, los niños comenzaron a notar que sus collares no sólo cambiaban de color, sino que también les ayudaban a comprender lo que sentían:

Un día, Lila sintió celos al ver a Benja jugar con un nuevo amigo.

"Ay, no sé por qué me siento así..." - pensó mientras su collar se volvía verde, el color de la envidia.

Justo en ese momento, Benja se acercó.

"¿Por qué tenés el collar verde, Lila?" - preguntó, preocupado.

"No sé, creo que me siento un poco celosa..." - admitió Lila, bajando la mirada. "No quiero ser así."

"No está mal sentir celos, Lila. A veces, nuestros sentimientos nos muestran lo que queremos. ¿Qué te parece si jugamos juntos?" - sugirió Benja con una sonrisa.

Al escuchar esto, el collar de Lila comenzó a aclararse y se tornó azul nuevamente. Así, comprendió que lo importante era expresar lo que sentía.

Los días siguieron y Lila y Benja aprendieron a reconocer cada color en sus collares. Un día, mientras caminaban por el bosque, encontraron a una nueva niña en el pueblo, llamada Sofía. Ella estaba sentada en una piedra, luciendo triste.

"Hola, ¿por qué estás tan sola?" - preguntó Benja, acercándose a ella.

"Es que no tengo amigos, y no sé cómo hacer para jugar con los demás." - respondió Sofía, con su collar opaco.

Lila se sentó a su lado y le dijo:

"A veces, sentir tristeza no es malo. Pero podemos ayudarte a sentirte mejor.¿Te gustaría venir a jugar con nosotros?"

Sofía miró su collar que se iluminó de un gris pálido, reflejando su timidez.

"¿De verdad harían eso?" - preguntó con sorpresa.

"¡Claro! Vení con nosotrxs, y así podrás conocer a los demás!" - respondió Benja.

Sofía, con un pequeño brillo de esperanza, aceptó. A partir de ese día, los tres se volvieron inseparables y comenzaron a enseñarse a sí mismos sobre sus emociones. Aprendieron que, aunque los collares a veces tomaban tonos inesperados, lo importante era compartir los sentimientos y comprender lo que pasaba en su corazón.

Una fría mañana, Sofía se dio cuenta de que su collar se había vuelto de un brillante amarillo, el color de la alegría.

"¿Vieron? ¡Estoy feliz!" - gritó emocionada.

"¡Qué bueno, Sofía! Urgente debemos celebrar!" - dijo Lila, saltando de alegría.

Así, con cada color que mostraban sus collares, Lila, Benja y Sofía se volvían más conscientes de sus emociones. Un año después de que recibieron sus collares, decidieron organizar una fiesta para todos los niños del pueblo para enseñarles a entender y explorar sus emociones.

Doña Flora asistió y se emocionó al ver a los niños compartir esa valiosa lección.

"Estoy orgullosa de ustedes. Recuerden, cada color es esencial en nuestras vidas y hay que aprender de ellos. ¿No es hermoso que incluso el gris y el verde nos enseñen algo?" - dijo la anciana, mientras los niños aplaudían.

Desde entonces, en Sentiluz, los collares mágicos continuaron siendo un símbolo de amistad, aprendizaje y comprensión emocional. Lila, Benja y Sofía aprendieron que cada sentimiento es un maestro y que los colores de sus collares eran solo un reflejo de su viaje hacia el entendimiento personal y colectivo. Así, hicieron del pueblito un lugar aún más mágico, no solo por la magia que contenían los collares, sino por la magia que había en sus corazones al compartir sus emociones con valentía.

Y todos vivieron felices, aprendiendo y creciendo juntos, ayudándose unos a otros a comprender la maravilla de estar vivos y sentir.

FIN.

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